"Yo hubiera querido que nunca me pase esto, quiero aclararlo", confiesa al final de la entrevista.
"Siempre digo medio en broma y medio en serio que, cuando me dijeron de ser candidato, si me hubieran dicho: 'Escribí los 1.000 problemas a resolver', nunca hubiera escrito la pandemia. Ni estaba en mi cabeza. Pero bueno, es lo que nos tocó, acá estamos".
Sus portavoces habían establecido 45 minutos de entrevista, pero el tiempo pactado transcurrió sigiloso y el jefe de Estado no dio muestras de impaciencia.
Sabe que la oratoria es una de sus cualidades, pero no abusa de su elocuencia ni se escabulle en la retórica.
"Debo haber cometido muchos más errores de los que yo mismo puedo ver sobre mí", reconoció durante la charla.
Admite sin rodeos el que a su juicio fue su peor desacierto: el intento de estatizar Vicentín, una empresa cerealera que había entrado en quiebra.
La naturalidad no se puede forzar, por mucha labia que te otorguen los años.
Alberto Fernández se expresa con espontaneidad y transmite, sin alardes, la sencillez de alguien que no cultivó las ínfulas presidenciales.
En eso puede que sea único.
En su ambición de llegar al Poder Ejecutivo, el resto de los gobernantes se prepararon durante años para modelar y apuntalar la conquista electoral. Forzaron su seducción, y ya en el Gobierno, se dejaron agasajar por los fastos del poder que otorgan las mieles del mando.
No fue éste su derrotero. En una jugada maestra que no anticiparon ni sus mayores adversarios, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner fue quién le propuso encabezar la coalición peronista que ahora gobierna.
Porque él ha purgado el sinsabor del exilio, cuando sus diferencias con Cristina lo alejaron de la política durante varios años. Un recordatorio de aquel período se encuentra en la biblioteca de su despacho.
Descansan allí varios ejemplares de un libro que escribió en 2010, Pensado y escrito: reflexiones del presente argentino y dilemas de una sociedad fragmentada, y de otro de 2011, Políticamente incorrecto: razones y pasiones de Néstor Kirchner, que escribió para dar un cierre a esa etapa de su vida que parecía desvanecerse con la muerte del exmandatario.
No fue así, quizás porque no lo esperaba. Estos rasgos le confieren al presidente de Argentina un aire desenvuelto que abraza con espontaneidad, casi como si no fuera con él. Advierte al principio de la entrevista que él suele tutear, como si eso pudiera ser una molestia para una periodista de 36 años.
Al finalizar la charla no parece apresurado en dar por concluida la conversación. Permanece sentado, como a la espera, antes de inquirir alguna cuestión personal de la española con la que acaba de compartir una hora de su tiempo.
"No lo tengo castrado, ni a él ni a su hijo Prócer, aunque me lo recomendaron para evitar que se agredieran", comenta divertido. Está orgulloso de su decisión. Pero luego confiesa: "Tengo que tener cuidado de no acariciar a Prócer si está Dylan".
Alberto Fernández, que presume de no mentir jamás, acepta un compromiso: volver a entrevistarse con Sputnik a lo largo de 2021. Todo un desafío si se considera que la charla con Sputnik es la tercera entrevista concedida a un medio internacional en casi un año.
La veracidad de su palabra tendrá al tiempo de testigo.