Las relaciones entre Irak e Irán a lo largo de su extensa historia han sido complicadas y a veces incluso turbulentas. Estos lazos durante muchas décadas y siglos fueron determinados por la cuestión de la frontera. Las reclamaciones territoriales y la lucha por el dominio en el golfo Pérsico fueron determinantes. A medida que pasaba el tiempo, las relaciones se deterioraron hasta tal punto que en 1980 estalló un conflicto armado.
El año 1979 fue el punto de inflexión tanto para Irán como para Irak. En 1979, Sadam Husein llegó al poder como presidente de Irak, mientras que en Irán la revolución islámica culminó con el establecimiento de una república islámica. Husein volvió a presentar reclamaciones territoriales por parte de Irak porque creyó que Teherán era demasiado débil tras la revolución para resistir. El líder iraquí también exigió crear una autonomía árabe en la provincia iraní de Juzestán.
Pero el presidente iraquí se equivocó: el líder supremo de Irán, ayatolá Jomeiní, rechazó las exigencias del país árabe. Como consecuencia, Husein anunció la anexión de los territorios al este del río Shatt al Arab y el 22 de septiembre de 1980 ordenó a las fuerzas armadas iraquíes entrar en el territorio de Irán.
Intereses ajenos
Hay que destacar que Estados Unidos tuvo el mayor interés en un conflicto armado entre Irán e Irak porque Teherán acababa de salir de la zona de influencia de Washington. Cuando el régimen del sah cayó en Irán, el país empezó a seguir su propia política independiente y los halcones norteamericanos no pudieron tolerarlo. Por lo tanto, apostaron por Bagdad e incluso restablecieron las relaciones diplomáticas e hicieron muchos esfuerzos para armar a las Fuerzas Armadas iraquíes.
Washington también estaba preocupado por el creciente papel de la URSS en Oriente Medio tras el ingreso de sus Fuerzas Armadas en Afganistán. Un conflicto en el golfo Pérsico habría podido socavar la estabilidad en la región y frenar la creciente influencia de Teherán o de Moscú en esta zona específica. Ya en la primavera de 1980, Washington tomó la decisión de favorecer a la escalada entre Irán e Irak y estos esfuerzos resultaron ser muy fructíferos.
Sadam Husein denunció el acuerdo bilateral con Irán sobre el límite en el río Shatt al Arab. El líder iraquí presentó sus reclamaciones sobre la provincia de Juzestán —que ha tenido una minoría árabe considerable— porque tras la revolución islámica los movimientos separatistas dentro del país persa alzaron su voz y Husein trató de aprovechar el momento.
Creía también que Irán fue débil económica y militarmente, pero subestimó la determinación de la nación persa y su Ejército.
El transcurso de la guerra
El conflicto armado entre estos dos países del golfo Pérsico puede ser dividido en cuatro períodos. El primero es relativamente corto, pero muy intenso. Entre septiembre y noviembre de 1980 se realizó una ofensiva a gran escala de Irak contra el territorio persa. Entonces las fuerzas iraníes defendían sus tierras obstinadamente. El segundo período de la guerra, que duró entre diciembre de 1980 y agosto de 1981, se caracterizó por la estabilización de la línea del frente.
Es curioso que en la primera etapa Teherán no haya conseguido dar una respuesta sólida a la invasión iraquí porque sufrió una escasez drástica de municiones, armas y otros materiales bélicos. A Irán le faltaban piezas de artillería y vehículos blindados, por eso la gerencia militar decidió apostar por los soldados y las milicias populares. Esto explica por qué las pérdidas iraníes fueron tan altas especialmente en el primer período del conflicto armado.
Muchos uniformados iraníes entregaron sus vidas en aras de expulsar al Ejército invasor. Y muchos estaban decididos a convertirse en mártires. Y así fue en muchos casos: hubo incluso muchas situaciones cuando estaba claro que iban a una muerte segura. En las filas de las unidades persas lucharon no solo los hombres, sino también mujeres y adolescentes.
En Irán, esta guerra se consideró una lucha sagrada contra Estados Unidos y el sionismo y no una guerra contra otro país musulmán. Con el paso del tiempo, las fuerzas persas lograron poner fin a la invasión iraquí.
Un empate es mejor que una derrota
La gente en Irán no quería salir de la guerra pese a la devastación económica y la brutalidad de los combates. Los beligerantes trataron de causar la mayor cantidad de daños posibles. Y no solo se trata de las víctimas militares y civiles, sino también del mayor daño económico. Por ejemplo, el conflicto se destacó por la llamada 'guerra de buques cisternas'. Las partes atacaron los buques cisternas con bombas y misiles.
Irak, por su parte, recurrió a la guerra química contra las fuerzas iraníes. En resumidas cuentas, se registró más de una decena de casos de uso de sustancias químicas. A causa de esto, miles de persas perdieron la vida.
Ninguno de los beligerantes fue capaz de alcanzar sus metas, pero Irak se llevó la peor parte porque fracasó en sus intentos de anexionarse Juzestán. En las etapas consecutivas de la guerra Bagdad entendió que todo había sido en vano, por lo cual estaba listo para firmar la paz y preferiría un empate antes que la derrota incondicional.
Conclusión
La política de Occidente en las etapas finales de la guerra fue destinada a no permitir que ninguna de las partes saliera victoriosa. Cuando se hizo evidente que Irán tenía una ventaja, Occidente aumentó su ayuda a Irak que, a propósito, estaba al borde de una derrota y, al fin y al cabo, la guerra terminó en un empate. De hecho, se estableció statu quo ante bellum.
Según diferentes fuentes, Irak perdió entre 100.000 y 500.000 soldados, mientras que Irán perdió entre 200.000 y 600.000 militares. Más de 100.000 civiles también perdieron sus vidas. Ni Irán ni Irak alcanzaron sus metas en la guerra. El conflicto entre Teherán y Bagdad solo devastó sus economías y su infraestructura y causó una gran crisis en ambos, si bien la situación en Irán resultó ser peor tras el fin de la guerra.