La propuesta, concebida por un grupo de filósofos parisinos destacados, sonaba brillante: un sistema universal de medición, derivado de unidades basadas en decimales e identificado por un conjunto compartido de prefijos.
Pero los piratas saben cómo arruinar los mejores planes.
En 1793, el botánico y aristócrata Joseph Dombey zarpó de París y viajó por todo el Atlántico para reunirse con el secretario de Estado Thomas Jefferson, un apasionado de los sistemas decimales que, según Dombey esperaba, ayudaría a persuadir al Congreso de que adoptaran el sistema métrico decimal.
En París, los defensores del nuevo sistema métrico vieron su oportunidad. Jefferson era un notable francófilo y Francia acababa de ayudar a Estados Unidos a ganar la guerra revolucionaria. Un sistema de medición compartido promovería el comercio entre las dos naciones y serviría como una bofetada en la cara a los británicos, que seguían dando palos de ciego con sus pies y millas.
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Pero inesperadamente una tormenta golpeó la nave de Dombey, el acaudalado académico fue arrastrado al Caribe y directamente a las garras de los piratas británicos que tomaron a Dombey como rehén y saquearon su equipo. El desafortunado científico murió en prisión poco después de su captura.
A medida que el resto del mundo adoptaba el sistema métrico, Estados Unidos seguía dando vueltas con imprecisas unidades imperiales y todavía llevan agua con galones hasta el día de hoy. Más de dos siglos después, los estadounidenses siguen sufriendo sus consecuencias.
Elizabeth Gentry, coordinadora métrica del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología, durante los últimos 12 años ha estado intentando convencer a los estadounidenses de la adopción del sistema métrico, ahora conocido como Sistema Internacional, o SI.
"Describiría la desgracia de Dombey como una oportunidad perdida", dijo Gentry a Washington Post.