El 27 de febrero de 1942, en el mar de Java, ubicado entre las islas de Java y Borneo, se vivió una de las batallas navales más sangrientas de la Segunda Guerra Mundial entre la flota aliada y la de Japón. Según el medio, esta fue "la escaramuza marítima más costosa para las fuerzas aliadas", tras la cual los nipones ocuparon las Indias Orientales Neerlandesas.
En la batalla participaron seis barcos de combate, tres de la Marina Real Británica —HMS Exeter, HMS Encounter, HMS Electra—, y tres pertenecientes a la flota de Países Bajos —HNLMS De Ruyter, HNLMS Java y HNLMS Korteanaer—. Todos acabaron hundidos en el mar de Java junto con más 2.200 marineros del bando aliado que viajaban a bordo.
En 2002, un grupo de buceadores aficionados halló los cascos de las naves, los cuales fueron declarados 'tumba sagrada' de la guerra y descansaron en el fondo marino hasta el 75º aniversario de la Batalla de Java. Una nueva expedición se sumergió con el objetivo de rodar un documental para conmemorar la fecha histórica y descubrió grandes agujeros en el lugar donde solían situarse los restos de los buques HMS Exeter, HMS Encounter, el destructor HMS Electra y el submarino estadounidense Perch.
Además, las autoridades holandesas confirmaron que dos de sus buques hundidos —el HMS De Ruyter y el HNLMS Java— no se encuentran en su lugar correspondiente, y también falta un gran trozo del HNLMS Korteanaer.
La versión más obvia que podría explicar la enigmática desaparición de los barcos es la profanación de tumbas por parte de piratas y chatarreros y el desmantelamiento de los restos de metal para revenderlos en el mercado negro. Según The Guardian, los metales pueden costar cientos de miles de dólares —las hélices empleadas para propulsar los buques estaban hechas de bronce y tienen un precio estimado de casi 2.500 dólares por tonelada, algo que las convierte en un hallazgo muy lucrativo—.
A pesar de que está prohibido el saqueo de barcos de guerra, las aguas de Indonesia cuentan con numerosos buques hundidos en batallas. Es por eso que atraen a buscadores de tesoros y recolectores de chatarra, que venden sus trofeos a las empresas locales dedicadas a la fundición de metales.