La invención se basa en el sistema de identificación por radiofrecuencia (RFID): con una jeringa especial se inyecta una etiqueta en la zona entre el dedo pulgar y el índice. Después, cuando el dueño toma el fusil en sus manos, el lector empotrado en el mango lo reconoce y libera el seguro del gatillo.
Según Gaafstra, el implante supera tecnológicamente los sistemas de identificación similares que se producían antes: el lector de huellas dactilares integrado no funcionaba si las manos estaban sudorosas y, además, era fácil perder el anillo o la pulsera que activaban el fusil.
Sin embargo, el inventor admite que el concepto de las armas personalizadas es bastante controvertido —a través de los chips, el Estado podría controlar a los dueños—. Al mismo tiempo, está convencido de que su invención es relevante para EEUU, donde es muy fácil conseguir un fusil de manera totalmente legal.