Porque esta historia no comienza ahora, sino hace más de cincuenta años, el 16 de noviembre de 1960, cuando se firmaron los incipientes convenios para formar especialistas cubanos en la entonces Unión Soviética. Solo entre 1961 y 1964, 4000 cubanos pasaron en la URSS cursos de superación técnica y profesional en 180 especialidades; otros 400 estudiaron ingeniería y carreras científicas, con todos los gastos pagados por los soviéticos.
En el fondo encontraron que, más allá de la cortina de hierro, vivían muchas personas cultas y solidarias que fueron haciendo un hueco en sus vidas para ellos.
En los setentas la colaboración en temas educativos continúa en aumento, llegando hasta 2600 estudiantes anuales tras la firma en 1977 de un nuevo protocolo bilateral. Para el curso escolar 1980-1981, estudiaban en la URSS 6.395 cubanos.
Los últimos de aquella oleada, a fines de los ochentas, vivimos el fin de una era. Años de una perestroika que cambió para siempre el país y el mapa del mundo. Nos cambió también a nosotros, que de alguna manera comprendimos que no sólo con consignas se construye una sociedad mejor y que los dogmas hacen más daño que el peor enemigo. No basta un buen guión ante una mala puesta en escena, como diría mucho después una genial canción.
Pero sobre todo aprendimos que la historia es una página en blanco que nosotros mismos vamos escribiendo día a día.
Moscú nos dejó eso y más. A nosotros y a los que nos antecedieron, no importa donde estén hoy o cómo piensen, nos unen el té y el borsh, los pelmeni y los pirozhki, la poesía de Pushkin y las "Noches de Moscú", las matrioshkas y "17 instantes de una primavera", el Bolshoi y las fotos en blanco y negro de la Plaza Roja… Lo mismo que a pesar de coyunturas políticas, o tal vez gracias a ellas, nos ha unido también a los rusos.
Ahora Moscú vuelve a apostar fuerte por La Habana, ante coincidencias de puntos de vista, intereses mutuos e historia común. Rusia abre nuevamente los brazos y nos ofrece no solo su sabiduría, su tecnología, y su cariño, sino la posibilidad de ampliar nuestra mirada al mundo.
Pero más allá de la política o la macroeconomía, lo fundamental está en las personas, en los amigos que quedaron, en los lazos que fuimos capaces de crear, en los que crearán los cubanitos que recorran ahora esas mismas calles. La esencia, como la nieve en el invierno ruso, se mantiene blanca e inalterable.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
Les invitamos a comentar la publicación en nuestra página de Facebook o nuestro canal de Twitter.