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China ya se ríe de la corrupción

© REUTERS / Tyrone Siu Celebración del Año Nuevo en China
Celebración del Año Nuevo en China - Sputnik Mundo
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Una treintena de camareros y cocineros de un restaurante pequinés cercano a la Torre del Tambor se juntaban anoche frente a un gran televisor cuando aún los últimos comensales apuraban sus platos y miraban extasiados la acumulación de números musicales, artísticos y humorísticos de la Gala de Fin de Año chino.

El programa suele ser con sus más de 700 millones de televidentes el más visto del mundo cada año.

También es una costumbre tan arraigada al Año Nuevo como la orgía de fuegos artificiales para ahuyentar a los malos espíritus y las empanadillas de la suerte o jiaozi que la familia cocina y come unida.

La mastodóntica y mohosa gala consiste en un espectáculo de cuatro horas y media bañadas en abundante propaganda y cuya calidad suele caer en picado a partir de las 11.30 de la noche porque los programadores entienden que los chinos ya están en la calle tirando fuegos artificiales.

Muchos chinos lamentan que han visto los mismos números desde que empezó a programarse en 1983.

Con esa audiencia, un solo minuto confiere fama instantánea, los artistas consagrados prorrogan su cartel y los desconocidos dejan de serlo.

Es algo más que un rumor que muchas jovencitas han hecho cualquier cosa por salir.

De vez en cuando también emerge algún artista con talento.

La primera dama y antigua cantante de ópera, Peng Liyuan, frecuentó la gala hasta que el auge político de Xi Jinping aconsejó un distanciamiento de los focos.

La edición de este año ha aportado como principal novedad la corrupción como argumento humorístico.

Supone un giro copernicano porque, aunque la lucha contra corrupción ocupa el centro del debate político desde que Xi llegó al poder dos años atrás, hasta ahora se consideraba un tema demasiado sensible para frivolizar con él.

Dos gags han intentado arrancar las sonrisas, con suerte desigual, a través de sátiras de capítulos ubicuos en la prensa diaria.

En uno de ellos, ambientado en una oficina gubernamental cuyo último morador está encarcelado, una subordinada explica a un personal tendente a la siesta que para medrar con el sustituto deberán jugar al ping pong y compartir con él otros hobbies.

El humor deja paso a la moralina cuando la mujer se gira hacia el público y, entre aplausos desgarradores, exclama: "No penséis en lo que les gusta a vuestros jefes, sino en lo que necesita el pueblo".

El otro número relata la historia dolorosamente cotidiana de unos padres que sobornan al director de una buena escuela para que acepte a su hijo.

Ambos gags se habían inspirado en casos descritos por la Agencia de Disciplina de la provincia de Shaanxi, aunque no cuesta encontrar otros parecidos en el resto de la geografía china.

La experiencia no ha sido del agrado de algunos espectadores, que han lamentado que el empacho diario de referencias a la lucha contra la corrupción en medios de comunicación se haya extendido también a los espacios lúdicos.

La dosis habitual de propaganda vino completada con la presencia de celebridades hongkonesas como Andy Lau o Karen Mok para subrayar que la excolonia forma parte del territorio nacional en un año en que miles de sus habitantes desafiaron durante meses a Pekín con protestas callejeras.

Tampoco fue casual la aparición de Negmat Rahman, un artista uigur, coincidiendo con el agravamiento de las tensiones étnicas en Xinjiang.

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