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Kramatorsk, entre la sed y las bombas

© RIA Novosti . Maxim Blinov / Acceder al contenido multimediaLos residentes de Kramatorsk
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La pequeña ciudad provinciana de Kramatorsk está llena de coches y transeúntes y parece vivir una mañana pacífica. Es difícil creer que muy cerca hay guerra.

La pequeña ciudad provinciana de Kramatorsk está llena de coches y transeúntes y parece vivir una mañana pacífica. Es difícil creer que muy cerca hay guerra.

De pronto, suena un estruendo: la artillería lanza un ataque. Primero, se oye un disparo, y apenas unos segundos después, un golpe. La mina cae y explota.

Lo peor es no saber de dónde llegan los disparos. Pero está claro que de muy cerca. La gente, aterrorizada, se esconde en las casas o, si tiene más suerte, en los sótanos dejando las calles vacías. Suenan las sirenas.

KRAMATORSK, EN LA MIRA DE LA ARTILLERÍA

Dos minas caen en el patio del Departamento Municipal de la Justicia. “Los proyectiles han pasado entre dos inmuebles, de nueve plantas. Da miedo pensar en lo que hubiera ocurrido si hubieran alcanzado alguno de ellos”, cuentan los testigos.

Han fallecido dos transeúntes. “La mujer tenía unos 50 años. Iba con un cubo lleno de cerezas. Murió en el acto”, explica un vecino.

Ahora solo queda una mancha oscura cubierta con ramas. El cubo ha volcado y las cerezas han caído al suelo.

A unos metros, las ramas cubren otra mancha. “Por aquí pasaba un hombre, de unos 30 años. La explosión le arrancó las piernas. Murió camino al hospital”, prosigue. Y añade: “Detrás de esta casa hay una base de los milicianos. Por lo visto, era el objetivo”.

Seis habitantes de Kramatorsk, civiles, no milicianos, han fallecido en los últimos días. Otros 13 han resultado heridos.

QUE NADIE TENGA QUE ENTERRAR A NADIE

“Hemos decidido que nos acostaremos todos juntos, en la misma cama. Para que nadie tenga que enterrar a nadie”, dicen Ruslán y Ania, padres de dos hijos pequeños, Dima y Varia.

Cuando la semana pasada comenzaron los bombardeos con minas explotando en su barrio, los jóvenes hicieron un refugio en el sótano. Abren la escotilla y los pequeños saltan abajo inmediatamente. Les seguimos. Una cama, una linterna, latas de conservas… Todo lo necesario para sobrevivir hasta que lleguen los equipos de rescate si una mina cae sobre la casa y los escombros imposibilitan la salida.

“Hemos acordado con los vecinos que si pasa algo nosotros les sacamos de debajo de los escombros a ellos y ellos, a nosotros”, explica Ruslán.

Solo hace unos meses Ruslán y Ania pensaban que lo tenían todo: una casa, una familia, un empleo estable. Su casa está en una colina que domina toda la ciudad. Pero la alegría de tener magníficas vistas la borró el miedo después de que la artillería ucraniana fuera desplegada en un monte vecino.

Los jóvenes discuten dónde hay incendios: en los últimos días siempre hay una columna de humo sobre algún barrió.

Hace poco los militares empezaron a bombardear el suyo. Ruslán cree que intentan destruir el puesto de control de los milicianos que se encuentra en la zona. Tres minas cayeron cerca de su casa. Una, frente a un inmueble de cinco plantas, dejando un cráter a un metro del muro. Otras dos, en el patio de una casa: una derrumbó el tejado y la otra, que no explotó, permanece en un agujero de tres metros de profundidad.

“Los artificieros dijeron que no pueden desactivarla porque está muy profunda”, relatan los vecinos que decidieron mudarse porque la mina puede detonar en cualquier momento.

Pero Ania y Ruslán no tienen adonde irse de Kramatorsk ni tampoco quieren abandonar todos sus bienes. Además la fábrica de equipos de aire acondicionado donde trabaja el joven sigue funcionando. Se había parado unos días por el corte de luz tras los bombardeos. Ahora los obreros reemplazaron los cristales rotos por plástico e interrumpen el trabajo solo cuando comienzan los ataques, para refugiarse en el almacén.

A POR AGUA

El bombardeo cesa. No se sabe si hay nuevas víctimas o destrucciones. Los habitantes aparecen con galones y bidones para aprovisionarse de agua. En su mayoría, son gente mayor, jubilados ya, porque los demás están en el trabajo.

La mayoría de los barrios de esta ciudad de 160.000 habitantes no tienen agua: los bombardeos dañaron las instalaciones de bombeo en la vecina Slaviansk que abastecen parte de la cuenca del río Don que pasa por la provincia.

Los vecinos se reúnen en los lugares adonde, según informaron los medios, llegarán las cisternas con agua. Nos acercamos al patio del colegio 35 que ya está repleto de personas con recipientes. El vehículo tarda en llegar. La gente en la cola intercambia las últimas noticias.

Un coche de bomberos entra en el patio después de una hora y media de espera. Sin prisas, los bomberos desenrollan las mangueras y comienzan a llenar enormes tanques con agua turbia y amarilla.

“Los bomberos añaden al agua un agente espumoso”, comenta, imperturbable, un hombre. “Vaciar la cisterna no basta para eliminarlo. Sigue pegado a la cisterna. Esa agua sirve solo para fregar el suelo, no se puede beber”.

“Sí que se puede, solo que las mangueras están sucias”, responde una vecina cansada de esperar tanto. La mayoría se conforman con lo que hay. Algunos, sin embargo, se quedan esperando otra cisterna: según los rumores, esa sí que traerá agua potable. 

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