Siete días en el Tíbet

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Visité el Tíbet 72 años después de que lo hiciera la expedición del investigador alemán, Ernst Schäfer, patrocinada por la famosa sociedad Ahnenerbe.

Visité el Tíbet 72 años después de que lo hiciera la expedición del investigador alemán, Ernst Schäfer, patrocinada por la famosa sociedad Ahnenerbe.

Su objetivo era estudiar el clima y la cultura de la región. Así, se midió la circunferencia craneal de los lugareños, para probar que los tibetanos pertenecían a los antiguos arios.

No sé exactamente cuáles fueron los resultados obtenidos por Schäfer y sus compañeros de oficio, he oído hablar de que existen una gran cantidad de fotografías e incluso una película titulada ‘El misterioso Tíbet’. Lo que sí sé es que los dirigentes del Tercer Reich, grandes admiradores del ocultismo, recibieron a los miembros de aquella expedición como verdaderos héroes.

Pude visitar la capital tibetana, ciudad de Lhasa, y sus alrededores gracias de la oficina de prensa del Consejo de Estado de la RPCh que organizó un viaje para algunos periodistas. No estudiamos el clima ni buscamos vínculos con los antiguos arios, pero sí vimos el Tíbet actual o, por lo menos, aquella parte que nos quisieron mostrar.

Mirando con ojos de un turista

Los primeros tres días en el Tíbet sufrí de un tremendo dolor de cabeza, todo por culpa de la altitud y una tensión demasiado baja, 450 milímetros en vez de los 748, a los que estamos tan acostumbrados. Sin embargo, los lugareños tenían razón diciendo que se me iba a pasar y al cuarto día ya me aclimaté por completo. El cambio de la tensión es especialmente brusco, si uno acude a Lhasa en avión.

Por ello gente entendida aconseja ir aumentando de altitud de forma gradual, unos 500-700 metros al día. Por supuesto, si uno dispone de días extra, porque un viaje al Tíbet no es de los baratos.

Otra opción es viajar a Lhasa desde Pekín durante 48 horas en tren: en 2006 acabó la construcción del segmento Goldmud-Lhasa de unos 1.115 kilómetros de longitud. Es considerado el trayecto de alta montaña más impactante del mundo, está trazado a entre 3.000 y 4.000 metros de altura y supera dos puertos de montaña de más de 5.000 metros de altura.

Dicen que en los vagones de pasajeros se suministra el oxígeno tanto a través del sistema del aire acondicionado como individualmente a cada asiento. En Tíbet los síntomas del malestar por altura se suelen tratar con un bálsamo en base a la rhodiola rosea.

Me gustaría avisar a nuestros compatriotas de que a la altura de 4.000 metros es escasamente aconsejable consumir bebidas alcohólicas, la cerveza incluida. El Tíbet hay que percibirlo con la mente impoluta.
Parece que lo mejor es empezar pasando algunos días en Lhasa, lo que en traducción del tibetano quiere decir “tierra querida por Buda”. La ciudad está situada a la altura de 3.600 metros, lo que no es mucho para sus habitantes.

Están situados en Lhasa el famoso Palacio de Potala, la antigua residencia del Dalai Lama -vacía desde 1959- el Templo de Jokhang, el más antiguo de Lhasa; y el barrio de callejuelas que desembocan en Barkhor, la plaza del pueblo.

Es el sitio típico para la celebración de los ritos por los peregrinos y los lugareños y un verdadero paraíso para los amantes de los souvenirs exóticos. Los precios, eso sí, son bastante altos.
Hicimos nuestro viaje fuera de la temporada turística, que dura desde mayo hasta octubre.

El resto del año en el Tíbet refresca, en invierno las temperaturas pueden bajar hasta cuatro grados bajo cero y todos los hoteles cierran. Y eso que precisamente en invierno aparecen en la capital los pintorescos habitantes de los pueblos que aprovechan los meses libres de trabajos agrícolas para hacer el peregrinaje.

Otra creencia errónea consiste en que Tíbet es un reino de nieves que no se derriten. Aunque las montañas son altas, no están cubiertas de nieve, que sólo cae en enero y sólo a la altura de 7.000-8.000 metros. De modo que uno debería olvidarse del esquí. Los fotógrafos, en cambio, se deleitarían con el sol que brilla en lo alto de un cielo increíblemente azul.

Un turista tiene más fácil la entrada al Tíbet que un periodista. Un compañero mío sólo pudo hacer el viaje, después de haber trabajado en China durante diez años. A pesar de que la Región Autónoma del Tíbet está abierta para visitas desde 1984, uno sólo puede acudir aquí en viaje organizado, siempre acompañado por un guía y con el necesario permiso de visita. Las autoridades chinas no aprueban viajes individuales a la zona.

Antes que nada el Tíbet son unos espacios enormes, más de 1.200 kilómetros cuadrados, es decir, dos veces el territorio de Francia y ello no deja de marcar determinadas pautas para los turistas que a veces tienen que recorrer centenares de kilómetros por carreteras de alta montaña para ver algún lugar de interés.

Así, el lago Yamdrok, de insuperable belleza, situado a la altura de 4.488 metros, es uno de los cuatro lagos más venerados de la zona, alrededor del cual los peregrinos dan una vuelta ritual. Está situado a unos doscientos kilómetros de Lhasa. Pero son unas impresiones que uno conservará a lo largo de toda su vida.

Rompiendo los estereotipos

A pesar de que Pekín insiste en que el Tíbet siempre ha formado parte de China, persistía en mí la sensación de que los chinos se empeñan demasiado en convencerse de ello y de paso al resto del mundo. Y no es que en cada edificio cuelgue la bandera nacional china.
Desde los años ochenta del siglo pasado el Gobierno central chino hace cuanto está a su alcance para que los tibetanos, que son -según los datos oficiales- el 91% de la población, ni sueñen con obtener la independencia.

Resultó que para el Tíbet en China existen condiciones especiales: por ejemplo, aquí no se aplica la fórmula de ‘una familia, un hijo’. La región autónoma parece la menos poblada de todo el país, residen en ella sólo 3 millones de personas. Es decir: cerca de 2,2 personas por un kilómetro cuadrado. De modo que se fomenta la natalidad y están tajantemente prohibidos los abortos.

En la esfera fiscal, el Tíbet es la única área en China donde la tasa del impuesto es un 3% menos que la aplicada a nivel nacional. Más aún, los agricultores y ganaderos tibetanos están exentos del pago de impuestos, mientras que los préstamos se conceden a un interés considerablemente más bajo. Para los campesinos y ganaderos se introdujo la asistencia médica gratuita y sus hijos pueden comer y dormir gratis en los colegios. El Estado subvenciona, además, la construcción de viviendas.

La economía local se sigue basando en la agricultura y en la ganadería y los yaks y los corderos simbolizan el Tíbet como años atrás. Por eso en cualquier casa tibetana le invitarán a un té con mantequilla de leche de yak que tiene, dicho sea de paso, un sabor bastante especial, queso seco que recuerda mucho a una piedra de afilar cuchillos y la carne seca de yak. En la zona se disfruta de harina tostada, así que tras este régimen alimenticio empezamos unánimemente a echar de menos la comida china.

Los productos de la zona se transportan a los mercados por ferrocarril, mientras que antes la mayor parte de la producción se quedaba en la región. Tampoco es verdad que el Tíbet carezca de industria, dispone de centros de producción energética, ligera, textil, farmacéutica y química, incluidas las plantas cementeras.

Así, en 2010, en Lhasa fue puesta en marcha una fábrica de cerveza que actualmente produce cerca de 800.000 toneladas anuales.

Los dirigentes del Tíbet se esfuerzan en atraer a los turistas. Según manifestó el portavoz del Gobierno tibetano, Jigme Wanstso, los ingresos provenientes del turismo alcanzaron en 2011 el nivel de 1.300 millones de dólares. El Tíbet, prosiguió, fue visitado por 270.000 turistas extranjeros y cerca de ocho millones de turistas chinos. Se intenta fomentar el flujo turístico, apostando por el desarrollo de la infraestructura. En 2011 en la región había 177 hoteles con diferente número de estrellas y 932 hostales.

Actualmente, en el Tíbet funcionan seis aeropuertos, el principal de los cuales es el de la capital. Este año ha empezado la obra de construcción del aeropuerto más alto del mundo, Nagchu, situado a una altura de unos 4.436 metros sobre el nivel del mar. Al contar cada una de las siete regiones del Tíbet con un aeropuerto propio, el transporte de pasajeros y cargas será todavía más cómodo.

Merece la pena señalar que aunque la zona es considerada “punto candente” de China y de vez en cuando algún monje budista se prende fuego exigiendo la independencia del Tíbet, es una región subvencionada casi por completo por el Gobierno chino. Las inversiones del Gobierno local en el desarrollo de la economía tibetana no proceden de los ingresos de la región, sino de los fondos asignados por el poder central o de las ayudas por parte de las provincias más ricas. Las asignaciones del Gobierno central al Tíbet entre 1959 y 2011 superaron en un 90% sus gastos. Es decir, de cada 100 yuanes que se gastan en el Tíbet, 99 yuanes provienen de Pekín.

La tierra que perdió Dalai Lama

Es difícil buscar en el Tíbet a Dalai Lama, sobre todo porque no está: su palacio de Lhasa lleva vacío 53 años. No puede acudir a la zona ni siquiera como un excursionista. Recordemos que en breve después de la creación de la República Popular China en 1949 Pekín y Lhasa firmaron el acuerdo sobre "liberación pacífica del Tíbet”, que pasó a formar parte de China como una región autónoma. Tenzin Gyatso, Dalai Lama XIV, abandonó el

Tíbet y se instaló junto con sus seguidores en la ciudad de Dharamsala en la India. Lo que ocurre en la región es calificado por el líder espiritual de los budistas como un “genocidio cultural”.
Las autoridades chinas lo consideran un separatista y desde que procedieron a financiar el mantenimiento de algunos monasterios, algunos monjes tibetanos ven al Dalai Lama más como un líder político y no espiritual.

“No me importa donde viviese Dalai Lama, antes nos mantenían nuestros padres y ahora lo hace el Gobierno”, explica con ingenuidad un joven monje en uno de los palacios más antiguos del Tíbet, Yungbulakang.

 

Más tarde me fijé en que tras su espalda colgaba de la pared el retrato de Panchen Lama, la segunda autoridad religiosa más importante del Tíbet, que participó en el reciente Congreso del Partido Comunista de China. Aquel acontecimiento designó los dirigentes para los próximos diez años.

Las autoridades de la región subrayan que se presta especial atención a la restauración de los templos budistas y a la preservación de la lengua tibetana.

Al mismo tiempo, nadie desmiente que los templos hayan sido destruidos y los monjes, perseguidos, todo es achacado a los excesos de la Revolución Cultural”. No existen datos oficiales sobre el número de templos y personas que cayeron víctimas de aquel período.
“¿Quién podía pensar en llevar estadísticas, si la gente se volvía loca?”, suspira el portavoz del Gobierno tibetano.

Los medios de comunicación tergiversan los datos sobre la situación de la población autóctona del Tíbet, opina el vicepresidente del Gobierno de la región, tibetano de pura sangre. Indica que no es cierto que las autoridades chinas pisoteen el derecho de la libertad de expresión y de reuniones ni prohíban el budismo y el uso de la lengua tibetana.

Asegura que desde los 80 del siglo pasado se han asignado cantidades colosales para la reconstrucción de los templos budistas y que actualmente en la región autónoma existen 1.700 templos y unos 46.000 monjes.

El número de creyentes que acude a los templos deja a uno profundamente impresionado, quedé atónito con la multitud que se había reunido el Templo de Jokhang: la gente tenía que hacer colas durante horas, para poder venerar las reliquias.

De acuerdo con la información facilitada por las autoridades locales, en la Región Autónoma del Tíbet se está implantando hoy en día el sistema de educación bilingüe, siendo la principal lengua el tibetano, en el que se suelen impartir las clases en las escuelas primarias. En los centros de la enseñanza secundaria se usan tanto el chino como el tibetano. El bilingüismo se deja sentir en cualquier comercio de Lhasa, donde los carteles aparecen inevitablemente en ambos idiomas. Pero las inscripciones en chino tienen un tamaño más grande.

La popularización del tibetano es uno de los objetivos de la Universidad situada en Lhasa, donde estudian cerca de 5.000 jóvenes. El centro docente dispone de una de las colecciones más importantes de manuscritos en tibetano, cerca de 70.000 unidades.

Aquí se han diseñado programas de reconocimiento de los jeroglíficos tibetanos y se han traducido los principales sistemas operativos, Windows y Linux. El tibetano se ha convertido en China en la primera lengua nacional que cuenta con estándares internacionales.

Le modo que deberían olvidar todo cuanto sabían del Tíbet. Todos esos mitos de las montañas nevadas y multitudes de monjes budistas con ropajes rojo oscuro a los que las autoridades chinas prohiben leer las mantras carecen de fundamento. Las montañas, si que las hay, como también hay monjes y son muy jóvenes. Y las meditaciones tampoco han desaparecido.

Pero el Tíbet de hoy, que es -en opinión de los chinos- una región pobre, está sin embargo desarrollándose. Las líneas de alta tensión se ven en las montañas con más frecuencia que los templos y se están construyendo ferrocarriles y carreteras, cuya calidad supera con creces la de las carreteras rusas.

La región tiene ciudades modernas con letreros de neón y conexión a Internet, aunque todavía algo lenta. Algunos periodistas de nuestro grupo incluso con una velocidad tan reducida se las ingeniaban para colgar en las redes sociales las fotografías de Lhasa, recibiendo a cambio preguntas del tipo ¿Y eso es el Tíbet?

Exactamente, es el Tíbet.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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