Prioridades de Rusia durante la presidencia del G-20

Síguenos en
Ya se conocen los temas prioritarios de la presidencia de Rusia en el G-20: el fomento de la estabilidad financiera y del crecimiento, la reducción de la deuda pública y la lucha contra el desempleo.

Ya se conocen los temas prioritarios de la presidencia de Rusia en el G-20: el fomento de la estabilidad financiera y del crecimiento, la reducción de la deuda pública y la lucha contra el desempleo.

Todos los problemas son muy acuciantes, pero la agenda preestablecida podría verse considerablemente modificada por alguna nueva circunstancia de la crisis económica global.

El formato del G-20, a diferencia del G-8, se caracteriza por un alto grado de legitimidad, dada la amplia representación de los países. Los miembros del gabinete de ministros de Rusia habrán de mostrar toda su maestría para que la presidencia del país en los G-20 sea algo más que un acto meramente protocolario.

Las cumbres de los G-20 reúnen anualmente a los jefes de Estado de las principales economías del mundo. Son fruto del pánico que se impuso en la comunidad internacional en otoño de 2008. Los gobiernos, en vista de la quiebra de la entidad bancaria Lehman Brothers y la crisis financiera que se estaba expandiendo con preocupante rapidez, buscaron frenéticamente la manera de calmar las tensiones sin agravar la situación y ganar algo de tiempo para poder elaborar un plan de acción.

Fue en aquel momento cuando alguien se acordó del 'Grupo de los Veinte', creado a finales de los años noventa del siglo pasado, para afrontar los retos de la crisis asiática. Los miembros del organismo se siguieron reuniendo a nivel de ministros, únicamente para intercambiar opiniones.

La cumbre convocada urgentemente en noviembre de 2008  resultó ser bastante fructífera. El solo hecho de que tantos máximos mandatarios de países con peso a nivel internacional hubieran acudido a la reunión calmó los mercados, debido a la sensación de que seguramente se encontraría alguna solución.

Las cumbres posteriores se celebraron en un ambiente más tranquilo y las aspiraciones comunes empezaron a desvanecerse. Se hizo evidente que incluso este formato, pese a su clara ventaja ante otros existentes, no era la herramienta perfecta de la gestión global.

Y no es cuestión de fallos institucionales o de escasas ganas de cooperar. Lo que ocurre es que la situación en el mundo precisa de decisiones cuya envergadura supera las posibilidades actuales de los políticos.

El mismo paradigma del desarrollo está atravesando una crisis: la globalización, tras haber alcanzado un determinado nivel, presenta unos retos conceptuales demasiado graves y los componentes políticos y económicos se ven tan entrelazados que el vector del movimiento cambia de una manera impredecible.

Ello no significa, por supuesto, que las reuniones del tipo G-20 carezcan de sentido. Pero el resultado final consistirá, como máximo, en el intento de minimizar los riesgos. Además, los mecanismos de la puesta en práctica de las decisiones no están fijados de manera formal, de modo que todo depende de la buena voluntad de los reunidos.

Así, después de las decisiones de las cumbres de 2008 y 2009 sobre la necesidad de renunciar a aplicar medidas de proteccionismo, casi todos los países las siguieron aplicando en mayor o menor medida, revelan los estudios pertinentes. Sin embargo, se detectó una cierta moderación en su puesta en marcha, señal de que los acuerdos conseguidos en el marco de los G-20 tienen un determinado peso, aseguran los expertos.

Todo es cuestión de ambiciones

Cada país siempre enumera los asuntos que serán una prioridad durante el año de su presidencia en los G-20.

Las autoridades rusas ya han fijado las principales esferas: el fomento de la estabilidad financiera y del crecimiento, la reducción de la deuda pública y la lucha contra el desempleo. Todos los problemas son muy acuciantes y los debates prometen ser acalorados. No obstante, las experiencias de las cumbres anteriores evidencian que incluso la agenda más acertada queda postergada, en caso de estallar alguna crisis imprevista.

Las presidencias francesa y mexicana se centraron casi en exclusiva en un único tema, la crisis de la deuda pública griega y las medidas de emergencia en la eurozona. No se podría descartar, por lo tanto, que el tema griego domine en la cumbre de San Petersburgo, aunque en general el asunto ya parece ser algo completamente rutinario.

En el caso del G-20 funcionaría el famoso principio de “todos son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. En otras palabras, los principales interlocutores de la cumbre suelen ser tres, o en el mejor de los casos, cuatro potencias, Estados Unidos, China, la Unión Europea -o más concretamente Alemania, que habla en su nombre- y Japón. Merece la pena señalar que Tokio sigue figurando entre “los selectos” más bien por inercia.

El resto de los países hasta cierto punto desempeña el papel del telón de fondo.

Es verdad que la presencia de muchos países con diferentes tipos de economía y sistemas políticos eleva el grado de legitimidad de las cumbres de los G-20 en contra de las del G-8, que es un organismo percibido como club de los países occidentales.

El símbolo de la presidencia de Rusia del G-20 será la cumbre de los BRICS que se celebrará en San Petersburgo. A pesar de que el grupo no se ha convertido todavía en un centro consolidado de toma decisiones sobre problemas globales, la mera posibilidad de que llegue a serlo no deja de causar preocupación en Occidente.

Mucho suele depender de las aptitudes organizativas y las ambiciones del país anfitrión de la cumbre de los G-20. Francia durante el gobierno de Nicolas Sarkozy aplicó un esfuerzo colosal para demostrar que no sólo ofrece un escenario para los debates, sino que participa de verdad en los procesos que se están operando en el mundo.

Durante la presidencia de rusa del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (además de la cumbre, hubo una serie de reuniones y eventos a lo largo del año saliente) muchos expertos señalaron que los miembros del gabinete de ministros ruso se mostraron como buenos organizadores de reuniones profesionales y que lograron llevar a las partes a fórmulas de compromiso. Y no era una tarea fácil, dado que China solía bloquear cualquier toma de decisión. Este arte de diplomacia también será una necesidad durante la presidencia del país en los G-20.

* Fiodor Lukiánov es director de la revista Rusia en la política global.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

Lo último
0
Para participar en la conversación,
inicie sesión o regístrese.
loader
Chats
Заголовок открываемого материала