Los comentaristas extranjeros de la política exterior rusa se quedaron sin su pasatiempo favorito. Ya no tendrán que romperse la cabeza conjeturando quién de los dos políticos que forman el tándem gobernante influye más en la mencionada política exterior.
El experimento está terminado y la autoridad informal pasa a un primer plano. Aunque surge otra duda: ¿cómo cambiará el comportamiento del Kremlin? Admitiendo que el mundo no funciona según reglas determinadas una vez para siempre, es inútil intentar predecir nada. No obstante, existen unas cirunstancias objetivas y particularidades subjetivas que permiten prever algunos parámetros generales.
La imágen de Vladimir Putin es muy “demonizada” en el Occidente, lo cual a él, con su temperamento, le tiene que gustar más que molestar. Su aversión a lo políticamente correcto, junto con un sentido de humor muy especial, acentúan la impresión del agresivo empuje de su proceder. De ahí viene la distribución de papeles consolidada en la conciencia social: el feroz antioccidentalista Putin y el políticamente correcto progresista (o sea, occidentalista por defecto) Medvédev.
Las características personales del líder influyen, desde luego, en la estrategia estatal pero mucho menos de lo que se suele creer. La política del tándem, aunque presentada por Medvédev, por supuesto no era contraria a las opiniones e intereses de Vladimir Putin. Si recordamos sus momentos claves – la guerra en Osetia del Sur, el reinicio de las relaciones con EEUU y el tratado START, la epopeya de Ucrania desde la confrontación con el antiguo presidente, Víktor Yúschenko, hasta la confrontación con el actual, Víktor Yanukóvich, los duros conflictos con Bielorrusia – veremos que son acciones concordadas.
La sensación de discrepancia surgió a la hora de tomar decisión respecto a la aplicación o no del veto a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Libia. Esta decisión era cuestión de principios – por primera vez Rusia abandonó su firme postura de oponerse a cualquier intervención externa en los asuntos internos. Quizás la decisión de Moscú respecto al veto hubiera sido diferente si en aquel momento Putin fuera presidente. Pero la tendencia de no intrometerse en asuntos ajenos tan sólo por exponer la opinión propia existía también durante la presidencia de éste. Basta recordar su cautelosa postura durante la preparación de la guerra de Irak por Estados Unidos: Rusia se mantuvo a distancia hasta que Jacques Chirac y Gerhard Schröder le convencieron de la necesidad de pronunciarse en contra.
Aunque fue precisamente la campaña de Irak y sus consecuencias las que disuadieron a Putin de la idea del ingreso de Rusia en el “club” occidental dando lugar a su postura actual. Algo similar, por cierto, ocurrió con Libia – las consecuencias de la operación “para crear zona de exclusión aérea” mermaron la voluntad de Moscú de colaborar con el Occidente.
La política exterior de Rusia no sufrirá cambios radicales aunque hay que tomar en cuenta que Vladimir Putin está algo cansado de sus colegas del Occidente y no considera necesario ocultarlo. Sin embargo, la mayoría de los socios occidentales que quieren hacer negocios en Rusia se contentarán con Putin, aunque esté poco amable con ellos, ya que siempre es mejor tratar directamente con el tenedor del paquete de control de las acciones. En cuanto a cuestiones empíricas de valores e ideologías, a las que el actual primer ministro es alérgico, viendo lo que está sucediendo en el mundo se puede deducir que pasarán a un segundo plano dejando lugar a las estrategias de supervivencia y minimización de los daños.
Esto último determinará, a rasgos generales, el carácter de comportamiento de los jugadores en el escenario internacional. La imposibilidad de prever las tendencias, envergadura y velocidad de los cambios obligará a actuar con precaución y definir bien las prioridades.
Vladimir Putin se interesa por Europa más que el actual mandatario. No se podrá remediar la marginalización estratégica del Viejo Mundo, consecuencia del desplazamiento del foco de la política mundial hacia el Pacífico, pero, seguramente, el Kremlin con Putin lo considerará más bien como una ventaja – cuanto más débil será la Unión Europea, más fácil será fortalecer relaciones con los países europeos concretos. Con Dmitri Medvédev los vínculos con Europa, a pesar de su aparente benevolencia y corrección, prácticamente perdieron cualquier contenido. Putin volverá a llenarlos de emoción, aunque no siempre constructiva, y a dotarlos de una agenda más concreta. Esto conscierne, sobre todo, a las alianzas económicas que, en un futuro, podrían servir de base para las construcciones políticas.
En lo que se refiere a la dimensión asiática de la política exterior, será el factor personal el que contribuirá a animarla, ya que los interlocutores en Asia aprecian la posibilidad de tratar con la persona número uno. Gran conocedor de geopolítica, Vladimir Putin hará más hincapié en los riesgos derivados del pujante desarrollo de Asia, en primer ligar de China, que el actual presidente ruso que en más de una ocasión destacó el potencial del Oriente para la modernización en Rusia.
Difícilmente habrá cambios en la estrategia de relaciones con EEUU. El “reinicio” de las mismas se realizó con éxito, es decir salieron de una profunda crisis, pero en eso acabó la cosa. El tema central de conversaciones seguirá siendo el tratado START que Putin estuvo promoviendo durante sus dos primeras legislaturas. Las posiciones, prácticamente opuestas, de las partes difícilmente cambiarán, más bien se endurecerán. Por cierto, el enroque ruso podrá tener un impacto negativo sobre la campaña electoral de Barak Obama. Son fáciles de prever los argumentos de los republicanos: el líder actual estadounidense con su postura inofensiva fortaleció el régimen ruso y garantizó a Putin la posibilidad del regreso al poder, mientras toda su política se basa en los contactos con el socio menos importante. Injusta conclusión, que, no obstante, se ofrece.
En el espacio postsoviético el regreso del segundo presidente de Rusia resultó ser una mala noticia para el mandatario ucraniano Víktor Yanukóvich, que no se lleva muy bien con Putin. El presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko tampoco se alegrará. Sin embargo, en ambos casos las tendencias políticas dependen mucho más del complicado embrollo de conflictos e intereses que de las personalidades. Está claro que la Unión Aduanera entre Rusia, Bielorrusia y Kazajstán, proyecto promovido por el primer ministro, seguirá siendo una prioridad que acondicionará las estrategias políticas en esta parte del mundo.
Vladimir Putin vuelve a gobernar en Rusia en la situación cuando la relación entre lo interior y lo exterior adquiere una nueva tonalidad. Se suele creer que la política exterior viene determinada por la interior. En cambio ahora la influencia es mutua. No se debe únicamente a la coyuntura de hidrocarburos, aunque es un factor potente. Cada estado, sea cual sea su sistema político y social, hoy está resolviendo un único problema – conservar estabilidad bajo la presión de múltiples factores (económicos, políticos, culturales, ideológicos), generados por un ambiente internacional globalizado. La tensión interna, al superar cierto umbral, inevitablemente entra en resonancia con tales factores, y entonces la situación puede llegar a ser incontrolable. La única solución es la firmeza de la propia estructura estatal que se convierte en un activo de la política exterior. En el cargo de presidente Vladimir Putin tendrá que buscar un término medio siendo evidente que relajarse es tan perjudicial como apretar demasiado.
El sistema de coordenadas de la presidencia de Putin, en lo que se refiere a la política exterior, se define por dos ejes. En uno está la necesidada de asegurar el desarrollo interno en el país, imposible sin captar inversores y socios extranjeros. En el otro, el rechazo de compromisos (como ingreso en algunas estructuras, particularmente), ya que la absoluta imprevisibilidad podrá requerir tener manos libres y máxima flexibilidad a la hora de reaccionar.
El Putin integrista de los principios del siglo ya no volverá – en el mundo que se está desmoronando, no hay donde integrarse. Tampoco volverá el Putin de la segunda legislatura, furioso por la indeferencia del Occidente al que estuvo intentando demostrar que Rusia debe ser trartada de igual a igual. Hoy en día ya no hace falta demostrar nada a nadie. Vladimir Putin del 2012 en adelante intentará apostar por moderación general aunque aprovechando las posibilidades arrojadas a causa de la erosión final de las instituciones globales. Existe también un guión extremo – si la situación internacional sigue empeorando debido a los conflictos locales o la crisis mundial con efecto dominó. Entonces nacerá un cuarto Putin, aunque por ahora es absolutamente imposible pronosticar sus acciones.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.