Hace un par de años, intervine con un discurso ante un auditorio político en Berlín. La discusión giró en torno a la política exterior de Rusia: los participantes la calificaron de incoherente e impredecible. No pude sino dar la razón a algunos de los reproches. Es verdad que a veces las decisiones del Kremlin se determinan por intereses internos contradictorios que tienen poco que ver con los del Estado, por la dualidad de conciencia (oriente-occidente), y por la ausencia absoluta del curso estratégico. Sin embargo, repliqué que así se podía caracterizar la política de cualquier otro estado también. Más aún, las estrategias parecen imposibles hoy, cuando no está claro en qué dirección va cambiando el mundo, y ninguno de los sujetos internacionales puede saber qué le pasará a plazo mediano siquiera.
Este último comentario mío provocó la indignación de los oyentes. Uno de ellos contestó que, fuera como fuera en el resto del mundo, en lo que a la Unión Europea se refiere, se sabía muy bien cómo, cuándo y en qué dirección se desarrollaría, porque todo estaba bien planificado.
Hoy, observando lo que está ocurriendo en Europa y EEUU, vuelvo a recordar aquella declaración, arrogante, ingenua y poco perspicaz a la vez, del politólogo alemán.
Hace tan sólo un año, cuando parecía que pronto se calmarían las pasiones en torno a la crisis financiera del 2008 y todos parecían aprender a sacar las lecciones de ella, nadie pudo suponer que los dos bloques occidentales, tan diferentes pero ambos tan prometedores, se convirtieran en la amenaza principal de la estabilidad económica mundial. Europa se ahogó en sus problemas internos, y el euro, proyecto ambicioso de la segunda moneda de reserva lanzado a fines del siglo XX, llegó a ser un dolor de la cabeza, tanto para los europeos como para el resto del mundo. EEUU destapó, entre tanto, los peligros de cualquier hegemonía: las discrepancias entre los partidos y la polarización de la sociedad de un país concreto amenazan con hundir en una crisis profunda la economía global.
En los dos casos los problemas son, ante todo, de carácter político. La UE se mostró incapaz de armonizar la integración económica y política (es que es imposible tener una moneda con 17 políticas económicas), lo que acarreó las consecuencias destructivas. EEUU llegó al punto crítico: a la luz de que la sociedad empieza a entender que va perdiendo el liderazgo mundial incondicional, la polémica sobre el máximo de la deuda estatal de EEUU adquiere una forma tan aguda e intransigente, que los argumentos como la estabilidad global y el bienestar del mundo no pueden apaciguarla.
El ambiente contemporáneo internacional es complicado y caótico. Aunque no sería justo afirmar que los principios de relaciones entre los estados, conocidos desde los tiempos de Maquiavelo, o incluso descritos en las obras de Tucídides, han perdido su vigencia, es cierto que estos principios se encuentran bajo la influencia de demasiados factores nuevos que alternan los mecanismos tradicionales y hacen el análisis más complicado. Por ejemplo, en el mundo moderno, con sus relaciones de interdependencia estrecha entre los estados, el precio de cada paso de cualquier estado llega a ser mucho más alto, tanto más si se trata de un estado grande. Al mismo tiempo, como cada uno actúa, partiendo de sus propios intereses y su propia percepción de la realidad, que no siempre es adecuada, el riesgo de grandes convulsiones y el grado de responsabilidad por ellas crecen.
Aunque siempre hubo quien no estaba de acuerdo con el predominio del Occidente en la política y economía mundial, hasta ahora nadie le ofreció una digna oposición. Rusia no es capaz de lanzar un desafío, el mundo musulmán tardará tiempo en alcanzar el orden necesario, y los estados emergentes, como Brasil e India, no están interesados en revisar la situación existente, o, como en el caso de China, creen que es pronto todavía y optan por acumular fuerzas para acciones decisivas, si se deciden a ellas algún día. Así que por ahora reina la idea de que para evitar lo peor cabe mantener el orden mundial existente. Incluso Pekín, que está muy descontento con la política de emisiones del Sistema de la Reserva Federal estadounidense que acarreará la desvalorización del dólar, se ve obligado a conformarse con las reglas existentes.
Podemos observar una situación paradójica. El obstáculo principal para el mantenimiento del status quo o para una salida de la crisis con un mínimo de pérdidas lo presentan los propios políticos de EEUU y de Europa Occidental, de quienes depende cómo va a desarrollarse la situación. No es un tiempo oportuno para los debates tensos, como los que acontecen en EEUU, por mucha razón que tenga alguna de las partes. La reputación y el prestigio de EEUU, así como los de Europa, pueden verse afectados ahora como nunca antes debido a la falta de responsabilidad de las cúpulas dirigentes occidentales y a su evidente disconformidad a sus ambiciones de los líderes ideológicos mundiales.
Historia conoce varios casos de cómo la política de las grandes potencias causó catástrofes mundiales. Muchos de ellos pertenecen al siglo XX. Por desgracia, no queda ninguna ilusión de que los actores de la política mundial aprendan a sacar lecciones de los errores cometidos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.