La Noche de Fin de Año y la peculiaridad de las fiestas invernales en Rusia

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Las prisas de última hora, las tiendas están llenas, los medios de transporte, colapsados. Todo el mundo va hacia algún sitio. En todas partes se respira agitación y hierve la actividad.

Las prisas de última hora, las tiendas están llenas, los medios de transporte, colapsados. Todo el mundo va hacia algún sitio. En todas partes se respira agitación y hierve la actividad. Hoy, diferente, especial, libre del mortificante y gris estrés cotidiano. En la calle caen los copos de nieve y arrecia el frío, se adivinan ya ciertos oasis de esa especial quietud que precede a la Noche de Fin de Año.

Tras las campanadas del carillón de la Torre de El Salvador del Kremlin, retransmitidas a todo el país, todo será diferente, se volverán a llenar como por arte de magia. La gente festejará con petardos y fuegos artificiales el año recién estrenado. En muchos lugares ya la habrán festejado y, en algunos, todavía la festejarán. Desde la península Kamchatka, en el Océano Pacífico hasta Kaliningrado, enclave en la costa del Báltico y la región más occidental del país, Rusia tiene once husos horarios. 

La Nochevieja tiene una dimensión global y abarca a todos los colectivos sociales, uniendo a todo el país en una fiesta que es común por antonomasia. Los rusos la viven como algo esperado, intenso y brillante en donde subyace esa necesaria búsqueda de relax y desconexión de las actividades cotidianas. Es una velada nacional, de acercamientos, de encuentros entre familias, entre amigos; una noche de búsqueda de los vínculos cercanos, frecuentemente extraviados en la vorágine diaria. 

Como todo en este país, esta celebración tiene su historia peculiar. La Noche de fin de Año parece una fiesta eterna, que echa sus raíces en la noche de los tiempos y esto es así, aunque con sus matices. Rusia comenzó a  despedirse del año el 31 de diciembre sólo a partir de las reformas del Zar Pedro el Grande, que decidió seguir el rumbo de Europa.

Hasta entonces estaba en boga el calendario bizantino que desde 988, año de la cristianización de Rusia, contaba los años a partir de la creación del mundo según la creencia bizantina.  De esta forma, y de un plumazo, se pasó del 31 de diciembre del 7207 desde la Creación del Mundo al 1 de enero de 1700 desde el nacimiento de Cristo.

El Zar no se detuvo ahí y, con el nuevo recuento de años, también cambió la costumbre darle la bienvenida al nuevo año que pasó a tomar la forma actual, porque entonces la vida fluía de forma muy diferente en Rusia. Las costumbres paganas marcaban el comienzo del año en el 1 de marzo, con el inicio de la primavera, mientras que la adoptada tradición bizantina consideraba el 1 de septiembre como el primer día del nuevo año. Como es sabido, las gentes sencillas aceptan los cambios con dificultad pero siempre sabe sacar buen partido de cualquier eventualidad, así que, durante muchos años, en muchos pueblos y aldeas se estuvo celebrando la Nochevieja dos y hasta tres veces cada año.

En lo que respecta a la fiesta en sí, su liturgia habitual no difiere demasiado de la del resto del mundo, aunque con su colorido local. Predominan las cenas familiares, aunque durante los últimos años hayan comenzado a popularizarse los cotillones en restaurantes. Cenas, por supuesto pantagruélicas, preparadas y pensadas con mucha antelación; con muchas zakuski (entremeses) deliciosas, lo mejor de la casa, con frutas y verduras, ensaladas… dispuesto todo a la vez encima de una mesa abigarrada de objetos, colores y olores, de sensaciones, y con presencia ineludible del vodka, y del vino espumoso. Después, tras el mensaje del presidente a la nación y las campanadas regadas con un brindis, el que pueda continuará con el segundo plato, posible tercero y postre. La velada suele durar toda la noche... bueno, en realidad se prolonga hasta el día 3 o 4 de enero.

Por otro lado, la Nochevieja da inicio a unas largas vacaciones oficiales que disfrutará casi todo el país. En el fondo, una práctica  bastante insólita porque, a excepción de unos servicios mínimos, no hay actividad comercial, industrial, ni casi de ningún tipo, durante más de una semana. Reposa el alma y el cuerpo. Todo lo que no sea descanso deberá esperar…

Tras el 31 de diciembre, y ese día de facto inexistente que es el 1 de enero, llega el 7 de enero, la Navidad Ortodoxa. Fiesta recuperada, resucitada como oficial a partir de la disolución de la Unión Soviética en 1991. Hasta 1917, año de la revolución comunista, era la celebración más importante en Rusia, muy por encima de la Noche de Fin de Año. Sin embargo, el régimen de Lenin predicaba el ateísmo y por ende había que eliminar toda referencia a la religión en el país de nuevo cuño. Todas las festividades religiosas fueron eliminadas del calendario, entre ellas, las más importantes: la Navidad y la Semana Santa.

No obstante, muchos de los atributos y, sobre todo la función aglutinadora, de la Navidad no desaparecieron, sino que pasaron a formar parte del arsenal de la Noche de Fin de Año. La Navidad era una fiesta tremendamente importante en la Rusia zarista. La dimensión religiosa estaba muy acentuada, con esos abigarrados e intemporales dorados bizantinos, los aromas de incienso y ese solemne misticismo inherente a la Iglesia Ortodoxa Rusa. Las interminables misas del Gallo, hasta el amanecer y la Misa de Navidad.

La intimidad y la trascendencia en las bulbosas iglesias apaciguaban por un rato el espíritu de las familias, cuyos miembros solían asistir en pleno a los Servicios de Navidad, y las hacían un poco mejor, con mejor talante de cara a la principal reunión del año, en torno a una mesa rica y abundante.

Esta importante dimensión social de la festividad navideña se completaba con juegos, espectáculos, fuegos artificiales y actividades al aire libre con la participación de los vecinos y amigos, muy frecuentemente en torno a un abeto engalanado con una estrella de Navidad, también presente en las casas. Al menos por un día estaban todos juntos para pasarlo bien y sentirse parte de un todo, de una comunidad.

La tradición del abeto (Yolka) tras la revolución de octubre fue adoptada, readaptada por el nuevo régimen socialista y trasladada de la Navidad a la Nochevieja. La estrella de Navidad fue sustituida por una estrella roja y todos los festejos a su alrededor se perpetuaron hasta nuestros días en forma de bonitas fiestas infantiles, celebradas en los colegios, jardines de infancia… (hay una muy famosa en el palacio de congresos del Kremlin). Son coloridos espectáculos con bailes, canciones y con la aparición del Abuelo del Frío (Ded Moroz), uno de los alter ego de Papá Noel, aunque con un origen pagano mucho más antiguo, y su nieta Copita de Nieve (Snegurochka) que traen los regalos a los niños.

Hoy la Navidad es una fiesta nacional, pero Rusia ya no es la de  hace cien años. Hay muchos segmentos de población, muchas ideas y credos: musulmanes, budistas… ateos. Setenta años de pausa han sido demasiados para la Navidad y ahora es una fiesta reanimada, sin la vitalidad de antaño. Sí, en los servicios religiosos participan los principales dirigentes del estado, se retransmiten y se intenta potenciar el sentido de la festividad a toda costa y por todos los medios.

Se festeja, lo festejan todos, es un día más para el asueto, pero la mayoría de la gente no la siente de verdad; probablemente porque nota ese sutil toque ajeno, de pertenencia a un colectivo ortodoxo que no es hegemónico y que muchos no acaban de entender. La función social de este día es desempeñada ahora por la Nochevieja. A la Navidad sólo le queda la mística religiosa. Algo de magia y de fe verdadera, que no es poco, en este mundo gris. 

Sin embargo, al invierno ruso le queda una vuelta de tuerca más, inesperada, ilógica. Íntimamente relacionada con la religión ortodoxa, pero desprovista de todo contenido religioso y totalmente extraoficial.

Antes de la Revolución de Octubre (1917), Rusia, se regía por un calendario diferente al europeo. Era el último vestigio de la tradición bizantina que hoy todavía pervive en el calendario eclesiástico de la Iglesia Ortodoxa. Este calendario, el juliano, que había sido instaurado por Julio César, llevaba un retraso de un día cada 128 años con el gregoriano o solar, vigente para el resto del mundo.

En 1918 el retraso era ya de dos semanas y el nuevo gobierno socialista decidió corregir el error y unirse al ritmo global de los tiempos. Sin embargo la Iglesia Ortodoxa Rusa decidió no abandonar la vieja forma de contar los días. Por eso, la Navidad, que antes de la revolución se celebraba antes de la Nochevieja, como en todo el mundo, tras la misma, y hasta hoy, pasó a celebrarse el 7 de enero, es decir, después.

Por este motivo, en el último estertor de las fiestas, los rusos dotados como nadie de inventiva e ingenio para rebañar de la nada una buena razón para un brindis, la noche del 13 de enero, celebran por todo lo alto la fiesta de la Antigua Nochevieja, es decir, el día en que, según el calendario juliano, termina el año.
Así son las cosas en Rusia.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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