Experiencia de poblado ruso para salvar drogadictos

© RIA Novosti . Alexey AndreevEl misionero del centro de rehabilitación social de alcohólicos y drogadependientes, Igor Burikin, muestra un cuarto que sirve de gimnasio y para otras actividades de vida cotidiana
El misionero del centro de rehabilitación social de alcohólicos y drogadependientes, Igor Burikin, muestra un cuarto que sirve de gimnasio y para otras actividades de vida cotidiana  - Sputnik Mundo
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En medio de las desoladoras estadísticas de consumo y muerte por el consumo de narcóticos, en Rusia existe un rincón remoto donde los drogadictos reciben la ayuda de una mano amiga que les ayuda a lanzar un “reto de esperanza” para liberarse de ese flagelo que los aniquila.

En medio de las desoladoras estadísticas de consumo y muerte por el consumo de narcóticos, en Rusia existe un rincón remoto donde los drogadictos reciben la ayuda de una mano amiga que les ayuda a lanzar un “reto de esperanza” para liberarse de ese flagelo que los aniquila. 

Hace 10 años cristianos protestantes “evangelistas” fundaron el centro de rehabilitación “Transformación” en la desconocida población de “Vólia” que significa “Voluntad”.
Fuerza de voluntad es el único requisito que se le exige al drogadicto al ingresar el centro, por lo visto, una condición  muy severa porque de los 700 que acudieron allí en los últimos diez años, apenas un centenar lograron concluir el curso de rehabilitación.

El contexto

La idea del centro no parecerá nueva para el resto del mundo donde la propaganda antidroga de las organizaciones como “Reto” se realiza activamente. Sin embargo, en Rusia el problema de rehabilitación de drogadictos no llamaba tanta atención hasta que a la luz saliera el caso escandaloso del fondo “Ciudad sin drogas”.

El director del mencionado fondo, Yegor Bichkov, de 23 años de edad, hace poco fue declarado culpable de secuestro y retención ilegal de civiles. En ese centro se recluía a drogadictos a la fuerza y se imponía un régimen de trabajos forzados como terapia de rehabilitación.

Los médicos, entre tanto, sostienen que los tratamientos a partir de fármacos y otras terapias no pueden servir de método principal para el tratamiento de los drogadictos, argumentando que el problema requiere un tratamiento estructural.

Cazadores de hombres

Antes de pasar a salvar a los demás, los miembros del centro superaron un duro y peligroso camino de drogadicción, revelaron una fuerza de voluntad suficiente para dejar la droga, aprendieron a trabajar y adquirieron fe.
Ese es el caso de Igor Burkin, quien trabaja aquí desde hace 8 años, ayudando a los que todavía son adictos, como lo fue él hace tiempo, y ahora ayuda a sus hermanos participando en los sermones en la iglesia.

“Llevaba 17 años pinchándome. Desde la edad de 20. Mi mujer murió de sobredosis, me llevaron a los tribunales tres veces, estuve en la cárcel. Tuve tuberculosis,  edema de pulmón”, - cuenta Igo, de 45 años. La Biblia dice: “Cualquiera que cometa un pecado es esclavo del pecado”. Sólo Jesucristo puede cambiar al hombre. Me arrepentí de mis pecados en 2002, y Dios cambió mi vida”.

Lleva 8 años sin consumir narcóticos o alcohol, sin fumar e incluso sin proferir una sola palabra obscena. Ahora Igor tiene familia, su hijo Felipe de un año. Pero no intenta huir de su pasado.

“No vale ocultarlo. Es importante que la gente vea que existe la salvación”.

A los que vienen al centro, como dice Igor, les salva el trabajo y la fe.

“Aprenden a trabajar y de esta manera aprenden cómo es la vida en realidad. Es que los drogadictos desconocen el poder curativo del trabajo, además, tras arrepentirse, orar y estudiar la Biblia llegan a conocer a Dios”, - cuenta Igor.

La vida en el centro

Actualmente en el centro, quince varones pasan el curso de rehabilitación. Dos de ellos construyen un centro para mujeres al lado. Otros dos pastorean un rebaño de vacas perteneciente al centro. Los demás son responsables de construir otras instalaciones o preparar pienso para el ganado. Durante el verano trabajan el huerto: cultivan tomates, cebolla, patata. Este año, debido a la sequía, la cosecha resultó menor de lo esperado.

Ninguno tiene ganas de contar de sí mismo. Guardan silencio.

Resulta, que algunos de ellos están aquí por segunda vez.

Así es el caso de Oleg Dolgopiátov. Se fue en primavera, pero hace un mes volvió. La primera vez resistió menos de medio año. Huyó a su ciudad de Vorónezh, la más cercana al pueblo, donde le esperaba la droga y el alcohol. Pero allí entendió que ya no quería y no podía vivir de esa forma.

Igor Burikin cuenta que cada uno que viene al centro dice: “Quiero una vida normal”.

Para iniciar una vida normal tienen que cumplir con las normas del centro: no se puede fumar, ni tomar alcohol, evitar querellas, y no pronunciar obscenidades. Todo esto, sólo para obtener la posibilidad de iniciar una vida normal. A muchos parece demasiado difícil, por eso en los 10 años de la existencia del centro sólo 100 hombres pasaron un curso de rehabilitación completo.

Ayer se fueron tres internos. No tuvieron la  fuerza de voluntad suficiente.

Igor ya sabe que pronto tendrá que ocuparse de uno de ellos. Gastó en borracheras todo el dinero que tenía para comprar un billete de Vorónezh a su ciudad. Ya pidió a la madre que le enviara más, pero Igor está seguro de que tampoco lo gastará en el billete.

“No es que no soporten las duras condiciones de vida. No consiguen luchar contra sí mismos”, -   explica Igor, hablando de los que no han logrado rehabilitarse.

En el centro se levantan a las 6.00. Luego es tiempo de misa, desayuno, trabajo, y comida. Desde las 14.00 hasta las 15.00 descansan. Luego vuelven a trabajar, tienen un rato libre, cenan, rezan y a las 22.00 se acuestan.

El tiempo libre es imprescindible, como cree Igor.

“Uno necesita lavar la ropa, otro, cortarse el pelo. Preferiría que leyeran, tenemos tanto obras religiosas, como literatura clásica. Pero leen poco. El modo de vida que tenían antes de venir aquí les hizo despreciar los libros”, - cuenta.

La fuerza de voluntad

Algunos de los que se rehabilitaron aquí, quedaron en el centro como misioneros, otros volvieron a la vida común.

“Se han adaptado a la sociedad y viven bien. Unos volvieron a sus familiares, otros crearon familias”, -  sigue contando Igor.

Mientras que unos se van, vienen otros. Vienen de diferentes ciudades más o menos cercanas, pero hay que decir que los que vienen de Vorónezh tienen que luchar contra más tentaciones. El hecho de que su ciudad está cerca dificulta mucho la rehabilitación, porque aunque no lo quieran, les persigue la perspectiva de escapar para volver a la droga. Un año en el centro es un período muy largo para los internos.

“Antes el curso de rehabilitación duraba medio año, pero resultó insuficiente. Sólo la recuperación fisiológica de alcoholismo y de drogadicción requiere unos siete meses. Y aparte hace falta acostumbrarse a la vida normal. No es nada fácil hacerlo en un mundo lleno de vicio y de pecado”, – comenta Igor.

Oleg Fedoséev se rehabilitó. Tiene 36 años y lleva en el centro 4 años.

“Cuando me enteré de que aquí, en el centro, trabajaba Igor Burikin no pude creérmelo. Pensé que era un delirio. Le conozco a Igor muy bien, somos oriundos de Novaya Usman. Pero después decidí ingresar aquí de todos modos. No me quedaban muchas opciones.”

Oleg se quedó a vivir en el pueblo de Volia. Se casó aquí. Tiene una hija de 4 años y un hijo de 2. Cada día va a trabajar a Vorónezh.

“Yo trabajo con la gente que no tiene fe. Veo cómo me miran, y cómo  desconfían, quieren saber si soy capaz de resistir la tentación. Uno de ellos me dijo una vez: “Nunca caeré tan bajo”. Lo decía yo también hace mucho. Y luego llegaron la droga, los robos, la cárcel, me convertí en un vagabundo. Nunca habría podido abandonarlo yo sólo. Me arrepentí y  Dios me liberó del pecado”.   

Los ex-drogadictas Nina Anánina y su marido tienen cuatro hijos y están a punto de dar a luz al quinto.

 “El Dios nos ha perdonado a pesar de todos nuestros pecados”, - dicen ellos felizmente.

En el pueblo viven cinco familias de la hermandad cristiana. Representan un tercio de la población de Volia. El pueblecito es muy viejo y muy chico. Está lejos de la civilización y es poco probable que el progreso llegue aquí en un futuro previsible. Pero este aislamiento es un bien para el centro. Para salvarse no necesitan nada más que la fe. Y voluntad. 

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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