El gran teatro del mundo gitano en el terreno ruso

© RIA Novosti . Dmitriy VinogradovGitanos en el pueblo de Konajovski Moj
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A primer golpe de vista, el pueblo de Konajovski Moj, a unos 100 km de Moscú, es igual que los demás pueblos rusos. Pero no es así. Aquí se ha instalado un aduar de los Kalderash, o caldereros, representantes de una tribu gitana de Europa de Este, trasladado aquí desde las afueras de Moscú en vísperas de Olimpíada de 1980.

A primer golpe de vista, el pueblo de Konajovski Moj, a unos 100 km de Moscú, es igual que los demás pueblos rusos. Pero no es así. Aquí se ha instalado un aduar de los Kalderash, o caldereros, representantes de una tribu gitana de Europa de Este, trasladado aquí desde las afueras de Moscú en vísperas de Olimpíada de 1980.

2,5 mil euros por entrada

Cuando el corresponsal de RIA Novosti se dirige al barón gitano, el tío Tolia, para que le deje recorrer el campamento, sacar fotos y entrevistar a los vecinos, la respuesta es: “Págame 100 mil rublos (2,5 mil euros) y puedes fotografiar lo que quieras”.

El barón no tiene apariencia de un hombre de semejantes ambiciones, viste una chaqueta gastada, gorra de visera y dientes de oro. Los barones gitanos o jefes,  siempre son poco destacados: un extraño nunca adivinaría que es el miembro más influyente de la comunidad y no un capigorrón simple. Lo único que le difiere de los demás es su mirada inteligente y astuta.

“Aquí viven 50 familias, tenemos que dar a comer a todos”, - sigue insistiendo en su precio el barón, pero se nota que duda en tener suerte. Es cierto, no podemos pagárselo. Entonces el precio cae hasta 2 mil rublos. Escondiéndolos dentro de su bolsillo, el barón explica que es para prepararle algún convite al corresponsal.

Luego al corresponsal le hacen salir del campamento diciendo “ven dentro de una semana, tenemos que prepararnos”. En realidad, necesitan sacar información sobre el visitante: qué quiere, si es corresponsal auténtico o tiene algún otro interés. Los forasteros no son bienvenidos aquí.

Claro que dentro de una semana nadie se acuerda de los 2 mil pagados. El barón vuelve a exigir dinero. Ahora dice que tiene el hígado enfermo y necesita pasta para las medicinas. Tras un regateo recibe un billete de mil.

Entonces el barón anuncia de manera solemne que no tiene más que cinco minutos para la entrevista, invita al corresponsal a su casa y se sienta a un sofá medio roto, rodeado por un par de decenas de nietos, tanto suyos como ajenos y empieza la entrevista.

“Vivimos en la miseria, no tenemos trabajo, tenemos muchos hijos y no sabemos qué darles de comer. No nos ayuda nadie, ningún órgano oficial, - dice el barón, refiriéndose a los comités y consejos que existieron en la época soviética. - Dennos un trabajo en metales, para que hagamos tejados”.

Luego se levanta y se va. Los cinco minutos se agotaron y la entrevista ha concluido. En realidad, el barón no tiene nada que hacer, sale a la calle a tomar aire. Es que está dándose de importante para que le apreciemos más.

La puesta en escena y decorado

Al bajar del tren en seguida te das cuenta de que el aduar está cerca. Jaleo extraordinario, gritos, y colores brillantes dominan el ambiente.

Dos gitanas vestidas con esmero esperan  a los que bajan para adivinar la suerte. Cerca de la estación un grupo de niños gitanos “atacan” a un chófer de coche extranjero y no lo dejan en paz  hasta uno de ellos recibe un billete de cien rublos. Entonces los demás se ponen a persuadirle a su compañero que comparta su cosecha, pero no lo quiere. Se echa sobre la tierra y se pone a gritar como si le estuvieran matando. Los amigos, sin prestar atención a los gritos, le hacen recordar que la avaricia es uno de los pecados capitales.

A cien metros de la estación se ve una cerca alta.

A primera vista, es un pueblo ruso, como todos: casas de madera, calles no pavimentadas con gallinas, gansos y coches viejos. Pero luego empiezas a notar diferencias. Al lado de cada casa está tendida la ropa, cuyo surtido haría envidiar cualquier tienda; hombres ceñudos están andando con trozos de chatarra; además, no hay cercas entre las casas, sólo una, común, alrededor de todo el campamento.

Los gitanos prefieren acatar las leyes

El hijo mayor del barón, Artur, explica que la cerca es necesaria para evitar que entre al campamento algún cabeza rapada, que suelen abundar esos parajes cuando se dan conciertos de rock ruso. No es que les teman, prefieren no tener que defenderse y hacerle daño a alguien.

Prefieren vivir en paz y respetando el Código penal, manteniendo buenas relaciones con los vecinos rusos que de su parte, no están muy contentos con tener un aduar al lado, pero ya se han acostumbrado. Además, no pueden oponerse, los gitanos están registrados aquí.

Artur comenta: “Decimos “no” a la droga. Si vendiéramos droga de veras, tendríamos viviendas bien diferentes: altas y de ladrillo, - lo dice sin lamentar que no las tienen. – La droga es un mal. Él quien la venda no resistirá la tentación de probarla. Entonces la mitad de nosotros serían drogadictos. Y nosotros tenemos hijos...”

Es verdad, no se nota riqueza, pero sí que son muchos los niños.

Cómo se ganan el pan los kalderash

La tribu Kalderash es también conocida como “caldederos”, porque tradicionalmente ejercían este oficio, trabajando el metal y estañando calderas y diferentes utensilios. Los vecinos de Konajovski Moj han conservado sus tradiciones. Están forjando complementos de forja para chimeneas, por ejemplo. Para ello recogen chatarra en los basureros de los alrededores o la compran a vagabundos, vendiendo luego sus productos de metal a los mayoristas. 

Aquí viene un niño gitano de unos 10 años. Trae al pueblo un carrito lleno de chatarra oxidada: una cazoleta, tubos y trozos de metal de origen desconocido. Al menos, está claro que no lo ha robado de alguna casa de campo. 

Además, al campamento traen unos enormes fragmentos de tuberías. Los gitanos tienen que eliminar el óxido de metal y remendarlos. El soldador está puesto en marcha, huele a soldadura en todas partes: un gitano está trabajando, los demás quedan mirándole atentamente. Por un fragmento remendado así  pagan 200-300 rublos, así que al remendar 10 piezas un gitano-soldador cobre unos 50 euros al mes. 

Pero siempre les falta dinero. Por eso las mujeres gitanas tienen que ganarse el pan como puedan: mendigando y adivinando. El corresponsal de RIA Novosti experimentó en su propio pellejo cómo luchan las mujeres gitanas contra el déficit presupuestario.

“Dame 100 rublos. No es para mí, es para comprar leche al bebé”, - se le acerca una gitana con un recién nacido en manos y con boca llena de dientes de oro. La sigue otra: “¡Dame para el mío también!”.

Al lado no dejan de gritar los niños: “¡Tío, ven a rodarme!”, - exige uno. Otro pide darle la cámara y el tercero está explicando cómo debe salir su retrato y pide que se lo traiga en recuardo. Todos gritan al mismo tiempo, sin prestar atención unos a otros.

“No tengo 100 rublos”. “¿Ni para el bebé?” – la gitana parece quedar indignada.

No se puede darles así nada: van a atacarte los demás. La gitana lo entendió e intenta cogerle al corresponsal por detrás de la casa, a solas. “Dame ahora, o me voy a ofender. Dame 50 rublos y nadie más te lo va a pedir”.

Se lo doy, y parece feliz y agradecida de verdad. Pero en un minuto aparece otra madre de muchos hijos.

Hace poco estuve discutiendo con ellos temas serios de vida moderna, como relaciones internacionales en Rusia, y de repente, sin más ni más, una  gitana se me acerca mirando con sus enormes ojos negros dentro de la profundidad de mi conciencia y pronuncia: “Eres un buen chaval, te espera un camino claro. Pero no se puede ser tan simple. Mira a tu alrededor. Hay un hombre quien, aprovechando tu carácter bondadoso, quiere hacerte mal. Tienes que ser más astuto, inteligente, menos abierto... Muéstrame tu mano. ¡Ooo! ¡Lo veo! Bueno, pon aquí algo...”

El periodista ya ha dejado en manos de sus parientes casi todo el contenido de su monedero, le quedan sólo 100 rublos. “¿Qué es eso? – la adivinadora pone cara indignada. – Nunca me ofrecen menos de 500 o mil rublos. La gente me anda suplicando que les adivine el destino a cualquier precio”.

La boda gitana

La vida en el campamento es bastante monótona. El entretenimiento principal es una boda. Menos mal que se celebran sin cesar. Las bodas parecen servir de pretexto para divertirse y relajarse como en una discoteca rural. Se ofrecen  bebidas alcohólicas casi sin comida y las mujeres engalanadas bailan con sus bebés en los brazos al son de música pop, mientras que los hombres, sombríos y ebrios, las miran sin abrir la boca.

Hoy se celebra la boda de Dima Rudol, un muchacho flaco apodado el Boliche. Los novios tienen 14 años de edad. Se considera un matrimonio tardío, los padres ya tenían miedo de que nunca dieran en matrimonio a su hija ya.

El novio no quería darse prisa, estaba terminando sus estudios, el cuarto grado de la escuela. Es el máximo que estudian. Es bastante para remendar tubería, además, pronto van a tener hijos, y el Boliche ya no tendrá tiempo para estudiar.

“Sus padres y yo,- cuenta el tío del novio, Fiodor Frinkasko,- fuimos a la ciudad de Oriol a visitar un aduar allí para escoger la novia. Buscábamos, claro está, una familia digna y una novia bella”.

Fiodor tiene 32 años y ya es abuelo.

“Dima, ¿qué habrías hecho si no te hubiera gustado la novia?”. “No me casaría”, - contesta el Boliche.

No recuerdan que hubiera pasado algo semejante aquí, pero la “democracia soberana”de los gitanos supone el derecho de los novios a renunciar al casamiento.

La vida matrimonial hace hombres de los muchachos. Así Renat, uno de los nietos del barón, de 11 años, parece muy mandón respecto a su esposa, la bella Riga, a pesar de que es más alta y 2 años mayor que él.  Renat pregunta muy gentil al corresponsal si tiene sed y en seguida cambia de tono para ordenar algo en gitano a su esposa. Esta trae agua en un abrir y cerrar de ojos. Luego Renat se interesa muy atento si me gusta la sopa. Aunque no es él quien la preparó, el joven amo sonríe satisfecho cuando halago la comida.

Epílogo

La verdad es que, fuera de la casa, Renat se convierte en un pequeño muchacho:  “Regálame algo, voy a recordarte, - dice al corresponsal acompañándole hasta la estación. – Tienes dos celulares, regálame uno. Yo no tengo ninguno. Y tú eres periodista, eres rico”. Después de que se lo rechace, exige la cámara fotográfica: “Te quedará vídeo cámara, puedes rodar con ella”.

“Puedo regalarte un boli. Para la escuela”. 
“Ya tengo muchos, además, no voy escuela”,- contesta Renat, quien terminó tres clases de formación primaria. 
“¿Quieres un bloc de notas?”
“Ya tengo uno, del Banco. No sirve para nada”.

En fin, se conforma con 50 rublos y en seguida pierde interés por el periodista de Moscú.

Pero los demás, no. En la estación, al lado de una tienda, me están esperando cuatro bellas jóvenes y el propio barón. Las muchachas se interesan si el visitante está casado. Ya tienen 12 años y es hora de contraer matrimonio. Luego piden que les compre un chocolate para cada una. El barón ofrece tomar cerveza. No por su cuenta, por supuesto.

Después de la segunda botella, dice de repente: “No publiques mi entrevista. Acabo de entender que no es buena. Ven aquí el sábado que viene, te contaré entonces sobre nuestro aduar, su historia, cómo vivimos”.

Seguro que les encantaría repetir este día.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI.

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