Los recientes disturbios públicos en la capital de Moldavia, Chisinau, rebasan la categoría de sucesos locales: son un último elemento del juego geopolítico global que siguió al desmoronamiento de la URSS, escribe este lunes el diario ruso Kommersant.
El futuro de Moldavia, después de lo que sucedió el pasado martes, es inconcebible sin una polémica permanente acerca de cuál de las dos vías es mejor: el ulterior desarrollo en calidad de Estado independiente o la integración en la Gran Rumania. No cabe la menor duda de que a Moldavia la irán empujando cada vez más hacia la segunda variante, con el apoyo a las fuerzas que estén dispuestas a sacar nuevamente a sus partidarios hacia la calle. Si este respaldo será implícito o manifiesto, es algo que dependerá de varios factores, entre ellos, la actuación de Rusia.
Las banderas rumanas que los manifestantes colocaron en varios edificios públicos de Chisinau eran el testimonio visible de que los puentes ya están quemados. A estas alturas sólo podemos hablar en pasado de la estabilidad en Moldavia y, a juzgar por todo, del arreglo en Transnistria también. Toda una serie de acciones que los pacificadores tenían previsto realizar en este terreno ya resultan inviables.
Es lo de menos, si los servicios secretos de Rumania han estado detrás de los disturbios en Chisinau, o ha sido la oposición moldava la que ha sobrestimado sus fuerzas y resuelto jugar el todo por el todo. Lo importante es que tanto Rusia como Occidente tendrán ahora otro quebradero de cabeza y un recuerdo extra de que el respeto por la legalidad y la democracia en el espacio postsoviético puede sacrificarse fácilmente en una hoguera hecha a partir de asientos parlamentarios. Sucesos parecidos en otros lugares, aunque se llamen una "revolución de los melones" o "de las manzanas" - pueden seguir el mismo guión del caos y la violencia.
