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Moscú y Washington son rehenes de problemas regionales. Kommersant

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EEUU y Rusia se vuelven rehenes de problemas regionales, escribe Nikolai Zlobin, director de programas rusos y euroasiáticos en el Instituto de Seguridad Global de Washington, en un artículo publicado hoy en el diario Kommersant.

 

La guerra en el Cáucaso no alteró la esencia de las relaciones ruso-estadounidenses ni la dinámica negativa que tienen desde hace muchos años. Dos potencias nucleares fracasaron totalmente en su proyecto global de integración recíproca y no consiguieron llenar de nuevo contenido las relaciones bilaterales.

EEUU todavía ve en Rusia a un país que hay que seguir reformando. Rusia, por su parte, no ha cambiado en estos últimos años el objetivo principal de su política exterior que es reducir el dominio estadounidense a escala mundial. Ambos enfoques, además de defraudar las expectativas, acabaron por debilitar a Moscú y Washington, haciéndolos vulnerables ante una multitud de factores nuevos.

Como resultado, ambos países se convierten cada vez más en rehenes de diversos problemas regionales que no dejan ver en absoluto la base real de las relaciones bilaterales. Éstas parecen ya cualquier cosa menos relaciones entre dos países. Son relaciones en torno a terceros, ya se trate de Osetia del Sur, Kosovo, Irán o, digamos, la OMC.

Todo ello a pesar de que en las relaciones ruso-estadounidenses no existen hoy motivos reales para antagonismo o confrontación de carácter global. Podría parecer paradójico pero Moscú, tras el reconocimiento de Osetia del Sur y Abjasia, se acerca mucho más a Washington en lo que concierne a la comprensión de los procesos que se están operando en el mundo contemporáneo y la renuncia al modelo obsoleto de la política internacional.

Rusia y EEUU se acercaron más que nunca al punto en que deberían iniciar finalmente un diálogo serio acerca de las bases del nuevo orden mundial. Se trata de rediseñar los planteamientos de seguridad nacional, regional y global, definir nuevos contornos del Derecho Internacional y crear modernas estructuras internacionales capaces de frenar las monumentales improvisaciones que en ambos países sustituyeron por completo  las estrategias de política exterior.

Para conseguirlo, se requieren al menos tres cosas. Primero, hace falta superar, si aún es posible, el colosal nivel de desconfianza y recelos recíprocos. Segundo, Moscú y Washington deberían dejar de asustar uno al otro con aislamiento, sanciones o confrontación, pues nunca faltarán quienes pretendan pescar en ese río revuelto. Y, tercero, hay que devolver un contenido productivo a las relaciones bilaterales en vez de empujarse mutuamente hacia la agenda de la Guerra Fría.

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