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Las elecciones en Georgia pusieron fin a la revolución de las rosas. Izvestia

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Los comicios presidenciales en Georgia tienen la ventaja de que cada cual puede escoger la versión que más le plazca. Se puede felicitarle a Mijaíl Saakashvili con la victoria sin esperar siquiera a que se den a conocer los datos preliminares del escrutinio, cosa que han hecho los líderes de algunas naciones. O, por el contrario, cuestionar el triunfo de la democracia georgiana. Es posible afirmar, tal y como ha hecho la oposición, que el resultado de  Saakashvili en la primera vuelta es el 42%, o bien, aceptar el dato oficial del 52%.

 

Todo el mundo tendrá razón porque las múltiples fórmulas de observación sobre los comicios y las proyecciones a largo plazo a partir de los resultados electorales se parecen a castillos de arena.

La legislación electoral de un país determinado y las normativas que usan diversas ONG dedicadas a la misión de observación en esta materia jamás serán equiparables en el grado de precisión a los códigos procesales, en los cuales se definen inequívocamente los motivos para cuestionar los resultados. No importa que los datos del recuento en los llamados enclaves étnicos - zonas de residencia compacta de armenios y azerbaiyanos, en las que odian a Saakashvili - parezcan totalmente inadecuados a la realidad. Lo que importa es que en ninguna parte se especifica cuál es el procedimiento a aplicar en este caso. No se sabe, si es preciso recurrir la votación en general, o únicamente la que tuvo lugar en tales enclaves, o hay que dejarlo todo como está. Las dilaciones largas e incomprensibles a la hora del cómputo se ven bastante mal pero tampoco se trata aquí de una partida de ajedrez en la cual sobrevienen consecuencias inequívocas cuando cae la pequeña bandera roja en el reloj.

Unas elecciones de limpieza cuestionable en cuanto al procedimiento podrían conducir, en principio, a otra "revolución de las rosas" pero todo indica que Saakashvili, subido al poder gracias a las manifestaciones callejeras de 2003, podrá retener el sillón.

El "casus belli" suele aparecer por sí solo cuando el conflicto  ha madurado y ambas partes se creen dispuestas a dar el combate decisivo; y si no aparece, lo inventan. Ahora bien, cuando falta la voluntad o los recursos para asumir una confrontación abierta, se opta modestamente por obviar un caso que vale una decena de motivos de guerra.

El grado de limpieza electoral y, por ende, de la legitimidad del poder es una cuestión sumamente importante para la evolución de un país pero la óptica de la política corriente, internacional e interna, lleva a replantear la pregunta en los términos de quién mantiene un control eficaz sobre determinado territorio. Y cuando hay un control bastante eficaz, como en el caso de Saakashvili, a nadie le interesa una pulcritud exagerada.  

          

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