Rusia es el segundo país del planeta en cuanto a la estadística de suicidios, según los datos de la OMS que celebra el lunes, por quinto año consecutivo, el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Sólo Lituania está por delante, desde hace casi 10 años.
Alrededor de 60.000 rusos optan por quitarse la vida cada año. Es el doble en comparación con las víctimas que dejan los accidentes de carretera.
Dos naciones que otrora habían sido líderes en esta materia, Hungría y Finlandia, lograron reducir la tasa de suicidios mediante programas especiales de escala nacional. Rusia no tiene proyectos similares ni pretende lanzarlos en un futuro próximo.
El 48% de los adolescentes moscovitas en la fase final de la escuela media son víctimas de la desadaptación psicológica y social y necesitan ayuda especializada. Lo anterior no significa que mañana decidan tirarse bajo un tren pero sí tienen escasos recursos de vitalidad necesaria para hacer frente a los problemas.
A pesar de que la estadística de suicidios entre los jóvenes tiende al alza, el perfil típico de un suicida en Rusia es el hombre mayor de 40 años, casado, sin empleo, habituado al consumo de bebidas alcohólicas. Su familia tiene dificultades para llegar a fin de mes y sus colegas en el trabajo son más exitosos. Él culpa a sí mismo y no tiene prácticamente a nadie que le eche una mano.
El Centro Nacional de Suicidología, creado en los tiempos soviéticos, se arruinó en la década del 90. Queda únicamente un centro especializado que funciona en uno de los hospitales de Moscú, pero tiene apenas 60 camas. Su jefe, Vladímir Voicech, señala que lo importante es descubrir a las personas que están en crisis, averiguar qué motivos le empujaron a uno hacia el suicidio. Mal que bien, este sistema funciona en la capital rusa, en particular, gracias al Servicio municipal de ayuda psicológica. Es por ello, probablemente, porque la cifra de suicidios en Moscú es inferior que en la región adyacente.
