La guerra comercial entre Rusia y Estonia, que ayer parecía inminente, difícilmente va a empezar. El Gobierno ruso, tan resuelto en su reciente pelea económica con Georgia, actúa ahora con mayor grado de prudencia a pesar de que el país báltico tiene un tamaño incluso menor. Semejante actitud se explica por los intereses petroleros de Moscú y la pertenencia de Estonia a la Unión Europea.
El máximo responsable sanitario de Rusia, Guennadi Oníschenko, admitió el lunes que no tiene reclamaciones con respecto a la calidad de productos estonios. La red rusa de ferrocarriles, RZhD, había desmentido varios días antes las noticias sobre la suspensión del servicio ferroviario entre San Petersburgo y Tallin, y reanudado el transporte de cisternas petroleras hacia Estonia, dando por concluidas las "obras de reparación".
"No habrá sanciones fuertes contra Estonia", opina el politólogo ruso Stanislav Belkovski. "Rusia puede amenazar con un golpe pero no se atreverá a asestarlo", piensa él. "La élite política de Rusia guarda vínculos muy estrechos con Estonia y simplemente no puede permitirse el lujo de cortarlos", explica él.
El rango de "superpotencia energética" implica también ciertas desventajas. Cada año, Rusia exporta a través de Estonia casi 22 millones de toneladas del petróleo, y no tiene capacidades ociosas en las terminales portuarias rusas de San Petersburgo o Visotsk. Incluso si Moscú optara por algunas sanciones menores como, por ejemplo, el embargo de las importaciones pesqueras desde Estonia, esta nación del Báltico podría responder con "obras de reparación" ferroviarias desde su lado de la frontera.
"Tratándose de un país miembro de la UE, hay que pensar dos veces antes de emprender alguna acción", señala Mark Urnov. "En su deseo de lucirse ante Putin, nuestros funcionarios no han entendido aún que sus métodos pueden surtir efecto sobre empresas o tribunales rusos pero son arriesgados en las relaciones con la comunidad internacional", constata el experto ruso.
