Faltando poco más de seis meses para las elecciones parlamentarias en Rusia, se ha hecho obvio que los partidos de la derecha, incapaces de superar la barrera del 5 por 100 de los votos en los comicios anteriores, en 2003, no han podido salir de la crisis sistémica, constata Leonty Byzov, analista del Centro VTsIOM.
Las más recientes encuestas de intención del voto auguran un 0,8% para la Unión de Fuerzas de Derecha (UFD) y un 0,9% para Yabloko. Ambos partidos liberales han demostrado a lo largo de los últimos tres años resultados que no exceden el 1,5%, por lo cual volverán a quedar al margen del Parlamento en otoño próximo.
Todo ello, a pesar de que las doctrinas liberales, en principio, tienen un nicho electoral más considerable en Rusia: entre el 8,5%, si hablamos del núcleo electoral que impugna en uno u otro grado la política del Gabinete, y un 23-24%, si también tomamos en consideración la periferia electoral que mantiene una actitud de mayor tolerancia viendo en el actual Gobierno el mal menor.
En Rusia hay suficientes personas que comparten valores liberales ‘en paquete', o sea, sin concederles una prioridad incondicional. Eso sí, se trata de sectores minoritarios a día de hoy porque la principal corriente de la conciencia colectiva va encauzada en el sentido contrario. Del futuro presidente de la nación se espera, en primer lugar, que refuerce al Estado en lo político y en lo económico, garantice un mayor grado de protección social y continúe la guerra contra los oligarcas.
A esta tendencia se opone un 25-35% de los rusos que podrían definirse como ‘liberales blandos'. Básicamente, se trata de los jóvenes residentes en Moscú, San Petersburgo y otras ciudades grandes, que tienen ingresos muy por encima de la media y que, en virtud de la ocupación, perciben a sí mismos como empleados de un mercado global, más que interno.
