La vertiginosa ampliación del protagonismo internacional de Rusia ha pillado por sorpresa e incluso asustado a mucha gente, en particular, porque Moscú no ha podido resistir la tentación de ufanarse y actuar con arrogancia en algunas ocasiones, escribe el politólogo Sergei Karaganov, dirigente del Consejo nacional para la política exterior y de defensa.
También se ha subestimado la percepción externa de la consolidación neoconservadora dentro de Rusia, que desde fuera empieza a interpretarse ya como una vuelta hacia las posiciones reaccionarias. Occidente, que sigue marcando la tónica en el mundo de la política y la información global, ve en Rusia algo ajeno y potencialmente hostil.
Habrá que pagar muy caro por esos errores. La táctica aprovechada por Moscú para cortar los suministros del gas a Ucrania ha provocado una reacción desmesurada en Europa que de por sí se siente frágil en lo político y vulnerable en materia energética. Washington no ha tardado en hacerle el juego a Europa. La actuación obviamente desproporcionada de Rusia ante el chillido provocador de Georgia también ha sido interpretada allí como una manifestación del neoimperialismo rancio. Los repugnantes intentos de organizar una campaña de acoso contra las empresas georgianas en Rusia u otras acciones parecidas a represalias étnicas, han merecido comentarios justificadamente negativos.
A Moscú también le toca pagar ya - no tan caro, de momento - por una táctica mal pensada de contraofensiva geoestratégica. Aprovechando la coyuntura favorable, Rusia ha intentado recuperar las posiciones en todos los frentes a la vez, sin escoger la dirección del ataque fundamental. Como resultado, no ha conseguido más que estirar esas posiciones y provocar resistencia prácticamente generalizada. Vamos entrando en un nuevo período, no tan profundo y más parecido a una farsa, pero de Guerra Fría. Será necesario aguantarlo de alguna manera. Por ahora, Rusia es casi invulnerable. Sigue siendo la potencia militar número dos del mundo, a pesar de que lleva un retraso enorme a EE.UU., pero no tiene a nadie fuera para poder apoyarse. Le hace falta aprovechar ahora el tiempo para llevar a cabo una modernización política y económica. Los recursos de la fase posrevolucionaria, de consolidación neoconservadora, ya están agotados. Hay que ir adelante otra vez. Si Rusia emprende este camino, quedarán relegados al segundo plano los que están descontentos con su creciente protagonismo. El mundo se irá adaptando a una Rusia nueva, más fuerte, y será posible intentar una nueva ronda de acercamiento constructivo hacia otros países, en particular, los de Occidente. Eso sí, sobre unas condiciones más ventajosas esta vez.
