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HUNGRÍA: LECCIONES DEL 56

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Andrei Kolesnikov, RIA Novosti. No es casual que el año 1956 fuera rememorado durante los disturbios iniciados después de filtrarse una grabación en la que el primer ministro Ferenc Gyurcsany admitía haber mentido sobre la situación económica del país.

Andrei Kolesnikov, RIA Novosti. No es casual que el año 1956 fuera rememorado durante los disturbios iniciados después de filtrarse una grabación en la que el primer ministro Ferenc Gyurcsany admitía haber mentido sobre la situación económica del país.

Lo mismo que todas las protestas masivas, los recientes enfrentamientos han sido controvertidos en grado sumo tanto por el contenido de las consignas, como por la composición de sus participantes, entre los cuales se encontraban también perturbadores profesionales del orden público.  Pero merece atención el rasgo característico de los mismos: La simbólica cifra "1956" sirvió de telón de fondo para esos acontecimientos. En resumidas cuentas, la actual sociedad civil húngara, muy activa, se sublevó contra la mentira, o sea,  la falta de la elemental ética humana en la política. Y esta sensibilidad mostrada por los medios sociales ante el engaño es repercusión directa de los acontecimientos de hace medio siglo, una lección de historia aprendida por los húngaros.

En la mitología de cada nación existen acontecimientos absolutamente legítimos que unen a todo el pueblo. En la historia de Hungría tal fecha unificadora de la nación fue el 23 de octubre de 1956, cuando cien mil manifestantes habían recorrido Budapest en señal de protesta contra la entrada, la primera entonces, de las  tropas soviéticas en la capital de Hungría y cuando Imre Nagy llamado al poder se convirtió del marxista-leninista en patriota húngaro. Los desórdenes desembocaron objetivamente en la revolución nacional.

Pero esa fecha marcó un episodio importante no sólo en la historia húngara, sino también en la rusa. Para la historia política de Rusia el 23 de octubre de 1956 es tan significativo como el 21 de agosto de 1968: día de la entrada de las tropas soviéticas en Praga. (Lo que posiblemente se debía al temor de reaparición del guión húngaro). De hecho, según numerosos testimonios, en ambos casos eran similares los motivos de la administración soviética que vacilaba respecto al envío de las tropas: el miedo a la posible pérdida de sus satélites, de las zonas más o menos estables de influencia geopolítica e ideológica, a la perspectiva de "reblandecimiento" de la propia estructura interna del sistema político comunista.

La administración soviética no estaba lista del todo a admitir la mera posibilidad de que en Hungría se formara el sistema pluripartidista,  aunque, al mismo tiempo, no quería ensombrecer el efecto surtido por el proceso de desestalinización en la Unión Soviética. Sin embargo, cuando el 30 de octubre, punto álgido de los cruentos enfrentamientos que adquirieron el marcado carácter anticomunista casi incontrolable y cuando Hungría anunció su salida de la Organización del Tratado de Varsovia, resultó inevitable introducir las tropas por segunda vez. Para  concienciar estas páginas de la historia común de Rusia y la República Checa, de Rusia y Hungría y, en realidad, de varios otros países de Europa Oriental, era necesario recorrer el camino escabroso de arrepentimiento nacional. Aunque los mencionados acontecimientos húngaros no centran la atención de los medios sociales rusos, la ofrenda floral al pie del monumento a las víctimas de 1956, hecha por el presidente de Rusia en febrero de 2006, pasó a ser importantísimo gesto simbólico. Entonces, precisamente el Jefe del Estado Ruso hizo constar: "Naturalmente, hemos tenido muchos problemas en los tiempos pretéritos, incluido el referente al año 1956. En 1992, al rememorar aquellos acontecimientos, el entonces presidente Borís Yeltsin condenó las acciones de la administración soviética.

En efecto, la Rusia actual no es la Unión Soviética, pero he de decirles sinceramente: en el fondo del alma percibimos cierta responsabilidad moral por aquellos acontecimientos. Pero tenemos por misión, sin olvidar el pasado, pensar en el futuro".

Los acontecimientos húngaros se saldaron con la muerte de más de 2.500 ciudadanos húngaros y más de 700 soldados y oficiales soviéticos. Todos ellos cayeron rehenes del gran juego geopolítico del poder soviético y de su temor a cambios.  Pero ninguna geopolítica, indistintamente de su alcance, ha de costar tantas víctimas humanas como las sacrificadas en aras de ella durante los acontecimientos de hace cincuenta años. Así es la principal lección del 56.

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