¿OSARÁ GEORGIA RECURRIR AL EMPLEO DE LA FUERZA ARMADA?

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Alexei Makarkin, subdirector general del Centro de Ingeniería política, prar RIA Novosti.

Alexei Makarkin, subdirector general del Centro de Ingeniería política, prar RIA Novosti. La demanda formulada por el Parlamento georgiano sobre la salida de las unidades de paz rusas desplegadas en los territorio de los Estados no reconocidos, la suspensión por Mijail Saakashvili de su viaje a Moscú, la destitución de Gueorgui Jaindrava, ministro relativamente moderado del Gobierno georgiano y el reforzamiento de las posiciones de Irakli Okruashvili, principal partidario de las versiones de fuerza con respecto a Abjazia y Osetia del Sur, podrán desestabilizar en serio la situación en la región.

No es la primera vez que el parlamento georgiano aprueba documentos  drásticos en extremo con respecto a las fuerzas de paz rusas emplazadas en Abjazia y Osetia del Sur. Pero, hasta ahora, las autoridades de Tbilisi jugaban al bueno y malo siendo el presidente y el Gobierno del país juez instructor "bueno" subrayando a la vez su aspiración a conservar relaciones de signo positivo con Rusia. Pues ahora las autoridades georgianas no hacen secreto de su actitud negativa hacia Rusia con la sola diferencia de que si algunos de sus representantes todavía no están dispuestos a impulsar el guión de fuerza respecto a los "Estados separatistas" (a lo que obedece la destitución de Jaindrava), la mayoría evidente vota en pro de éste.

En realidad, han fracasado todos los intentos de Tbilisi de llegar a un acuerdo con sus ex autonomías. Sujumi y Tsjinvali no dan crédito a las declaraciones pacíficas de los altos cargos georgianos, considerando que estas no son más que maniobras provisionales llamadas a incorporarlos a la composición de Georgia y no pueden ser interpretadas como reconocimiento de los errores anteriores en política nacional. Al mismo tiempo, se avecinan las elecciones presidenciales y parlamentarias, durante las cuales Saakashvili tendrá que enfrentarse a una fuerte oposición y a rendir cuenta sobre el cumplimiento de su promesa de restablecer la integridad territorial del país. Procede señalar que el ministro de Defensa, Okruashvili, prometió celebrar el Año Nuevo en Tsjinvali, y poco más de medio año queda hasta la llegada de esa fecha. 

Es dudoso que Tbilisi considere en serio la salida de las unidades de paz rusas obedeciendo a la resolución del Legislativo georgiano. Parece que la exigencia de los diputados no es más que el primer paso importante encaminado a "desalojar" a las fuerzas de paz de Rusia. En el futuro el parlamento podrá demandar, a título de primer paso, cambiar el formato de la operación pacificadora introduciendo en sus filas a militares de otros Estados y transfiriendo el mando de la operación en otras manos. No es casual la exigencia de Okruashvili de denegar visado al general Valeri Yevnévich, subjefe de las tropas terrestres de la FR. Es posible que más tarde se adopten medidas tendientes a reducir a la nada la operación de paz para que los "cascos azules", defensores de los ciudadanos rusos en la región, (que de hecho cumplen esa función) se conviertan en observadores impotentes.

Una de las opiniones existentes es que Georgia al optar por su integración en el mundo occidental (lo que no deja de ser una hipótesis, pero durante la reciente visita de Saakashvili, George Bush dio a entender al presidente georgiano que con el tiempo el país podrá ser admitido a la OTAN) se priva de la posibilidad de recurrir al uso de fuerza contra las ex autonomías. Tal postura tiene sentido: los norteamericanos quieren evitar el agravamiento incontrolado de los conflictos en proximidad inmediata del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan de importancia estratégica para ellos. Pero si ese agravamiento tenga carácter controlable (desde el punto de vista de Occidente) y poco duradero, los norteamericanos y europeos podrán pasarlo por alto. Máxime si se logre hallar un pretexto plausible para justificar la operación de fuerza.

Posiblemente, en esa situación los acontecimientos tomen un cariz   más desagradable. La derrota por los norteamericanos del régimen talibán en Afganistán y la actual invasión israelí en el Líbano han ofrecido un precedente de respuesta de los Estados a las acciones de los grupos extremistas que se encuentran en el territorio de otro país. Sería mucho más fácil emprender semejantes operaciones de fuerza dentro de las fronteras de la actual Georgia, internacionalmente reconocidas, ya que ningún país reconoce la independencia de sus ex autonomías. Bastaría una pequeña provocación (procede señalar que el "operativo antiterrorista" de Israel comenzó en respuesta al secuestro de dos soldados) para que la versión de fuerza de cancelar el conflicto, hoy sumamente hipotética, cobre contornos plenamente reales. Por lo demás, la situación en el area es muy complicada: acaba de ser asesinado Oleg Albórov, secretario del Consejo de Seguridad de Osetia del Sur, y se produjo el atentado contra la vida del político osetio Bala Bestauta.

Por consiguiente, las fuerzas de paz rusas siguen siendo el único factor estabilizador en la región. Parece que la Administración de Rusia no escatimará esfuerzos por evitar que éstas sean "desplazadas", y no sólo por consideraciones geopolíticas, sino también por las humanitarias. Esta postura está en consonancia con los postulados jurídicos: el formato de la operación de paz estipula que es posible cesar o cambiarla solamente con el consentimiento de todas las partes.

 

El criterio del autor puede discrepar de la postura de la redacción

 

  

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