Ya desde hace más de un año, los sociólogos y politólogos (incluidos los más cercanos al Kremlin) no se cansan de repetir por unanimidad: lo principal que el pueblo espera del poder es la justicia. El retorno de ésta será la médula de la próxima campaña electoral.
Los ciudadanos ven a los principales corruptos no en los oligarcas, con sus yates, clubes de fútbol y pozos de petróleo, sino en los funcionarios (el 12% y el 79% de los interrogados, respectivamente). ¿Por qué teniendo sueldos humildes ellos llevan una vida de lujo? A esta pregunta quieren obtener respuesta, en primer lugar, los ciudadanos de Rusia tanto del presidente actual como de aquel que vendrá a sustituirlo. Por ello no tiene nada de extraño el que las autoridades hayan prestado oído a este interés de los trabajadores. Además, es más fácil en lo técnico y lo jurídico desenmascarar a los funcionarios corruptos que librar una lucha extenuante contra los multimillonarios.
En cuanto a la segunda causa, relacionada con la verticalidad del poder, se ha hecho obvio que en los pocos años que lleva existiendo este sistema, el mecanismo de dirección del país se ha cubierto tanto de la telaraña corrupcionista que necesita un urgente tratamiento sanitario. Para realizarlo, hacen falta la voluntad política (por fin, ésta empieza a manifestarse: se han abierto expedientes penales contra unos personeros que antes se consideraban intocables) y un relevo fresco, para sustituir a aquellos que con sus tejes manejes financieros y su bajo profesionalismo ponen en peligro la seguridad nacional. Si no se encuentran personas honradas para efectuar relevos en el poder, la lucha anti-corrupción de 2006 no pasará de ser una campaña propagandística de turno.