NO SE PUEDE PERMITIR QUE GEORGIA PROVOQUE UN CHOQUE DE INTERESES ENTRE MOSCÚ Y WASHINGTON

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Serguei Markedonov, Instituto del Análisis Político y Militar, para RIA Novosti. Georgia ha tomado el rumbo a abandonar de modo apresurado a la CEI, y para confirmar la seriedad de sus intenciones, ha elegido a Rusia como blanco fundamental de sus ataques políticos.

En opinión del presidente Saakashvili y su equipo, precisamente la Federación Rusa, siendo el Estado más grande e influyente en el espacio postsoviético, se opone a la realización de los intereses nacionales de Georgia en el marco de la Comunidad.

En tal situación, surgen problemas bastante serias para la diplomacia rusa, relacionados no tanto con la imagen del país cuanto con la necesidad de no admitir que se provoque una desestabilización de gran escala en el Cáucaso del Sur. O sea que los diplomáticos se ven obligados a buscar nuevas soluciones en el derrotero georgiano de la política exterior rusa.

El presidente Mijail Saakashvili, en su entrevista “programática” concedida a la edición “El Newsweek ruso”, ha definido del modo siguiente sus prioridades: “He encargado que el Gobierno calcule, primero, qué ventajas vamos a tener si seguimos formando parte de la CEI y, segundo, si las vamos a tener en un futuro. Para ello es necesario celebrar consultas con otros miembros de la CEI para aclarar sus posiciones al respecto. Pues no vale la pena estar presentes en una parte como unos muebles simplemente”.

El problema más importante que Georgia afronta hoy día es el de “nacionalidades”. ¿Estará dispuesto Tbilisi a sostener un serio diálogo  político con Abjasia y Osetia del Sur? ¿Cómo tiene previsto arreglar el presidente georgiano las relaciones con las “autonomías rebeldes” después de  que su país abandone la CEI? Da la impresión de que no existen ningunos planes serios, excepto los de revancha militar por parte de Georgia. A partir del tono en que está hablando el líder georgiano se puede juzgar  sobre la actitud que él tiene hacia los “compatriotas”: “¿Qué es Osetia del Sur?  Es la  pequeña ciudad de Tsjinvali, de menos de 7 mil habitantes, con las aldeas en su derredor. En unas están hablando en georgiano; en otras, en osetio, pero todos conocen el idioma que habla el vecino y contraen muchos matrimonios interétnicos”, dice él. ¿Pero por qué no restablecer hoy día la autonomía de esa “pequeña ciudad” , anulada por Gamsajurdia? Saakashvili no da respuesta. “Miren a Abjasia, dice. – Su parte montañosa, el valle de Kodor, se controla en gran parte por los georgianos. En su distrito de Gali viven de hecho solamente georgianos”. ¿Y Tkvarcheli y Gudauta? ¿No merecen la atención, porque allí viven los abjasios, y en Gagra, una numerosa comunidad armenia?

Saakashvili menciona muy de prisa el problema de mantenimiento de “cierta autonomía” para Adjaria y la posibilidad de otorgar una “autonomía más amplia” para Abjasia y Osetia del Sur. Cuesta trabajo imaginar que en una situación en que de hecho se liquida la autonomía de Adjaria y no se permite ni soñar con la de la Javagetia armenia, a algunos en Tsjinvali o Sujumi les den las ganas de volver al seno de la “madre Georgia”.

Saakashvili domina a perfección las tecnologías de provocar choques entre grandes potencias (EE UU y Rusia), con el fin de conseguir sus intereses políticos. En su entrevista “programática”, él enfoca a Georgia como parte del “campo” occidental e intenta presentar a Rusia como la principal contrincante de EE UU. Lo hace con el fin de poder utilizar el poderío estadounidense para expulsar a Rusia de la región y efectuar un desquite político-militar  en los “territorios rebeldes”. En caso de abandonar Georgia a la CEI, inevitablemente surgirá la pregunta: ¿Y qué está haciendo en su territorio (en lo jurídico Abjasia forma parte de Georgia) el contingente de paz de la CEI? Lo de retirarlo de la zona del conflicto, accediendo a las insistencias de la cúpula gobernante georgiana, equivaldría a cometer un grave error estratégico por parte de Rusia. Ese error tendría consecuencias muy negativas para la situación etnopolítica en el Cáucaso del Norte ruso.

Rusia no puede admitir el desarrollo de tal guión. Pero para lograrlo, debe corregir sustancialmente su política aplicada en el “derrotero georgiano”. Ya es hora de darse cuenta de que lo más probable es que no podamos acordar con el equipo de Saakashvili desarrollar unas “relaciones civilizadas”. El presidente de Georgia sólo está dispuesto a obedecer los mandatos de Washington. En relación con ello, parece productivo establecer diálogo directo con los “supervisores” washingtonianos de la dirección caucasiana, exponiéndoles todo un conjunto de argumentos de peso.

Por ejemplo, los siguientes: el actual régimen de Georgia apela a un etnonacionalismo radical y la xenofobia, y por ende es impredecible y pone en peligro la estabilidad en la región. El régimen de Saakashvili es autoritario,  toma las decisiones en  materia de política interna y exterior  de modo impulsivo, sin someterlas a un enjundioso análisis pericial.

El regateo entre bastidores debe completarse con una enérgica actividad pública, porque sólo apelando a la opinión pública y los expertos estadounidenses se puede lograr que Washington preste oído a la parte rusa. Además, habrá que aprender a hablar con Occidente en el lenguaje que le es comprensible (los derechos humanos y los de las minorías étnicas, las garantías para las lenguas minoritarias, la imposibilidad de zanjar disputas étnicas con métodos militares). Pero lo más importante consiste en explicarle a Occidente (en primer lugar, a EE UU) que a nadie le hará bien si unos pequeños y ambiciosos regímenes autoritarios  xenófobos consiguen provocar un choque de intereses entre dos potencias grandes.

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