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¿Amistad o interés? Reflexiones sobre las relaciones entre Brasil y China

En las últimas décadas, Brasilia y Pekín han adoptado una relación política y comercial muy estrecha. China es el principal socio comercial de Brasil desde 2010, y sus relaciones bilaterales con este han sido elevadas a la categoría de "asociación estratégica integral", un verdadero hito en la política exterior de Pekín hacia América Latina.
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La importancia de la región para los chinos es notoria. Después de todo, el presidente Xi Jinping ha visitado América Latina más de cinco veces desde que asumió el cargo en 2013, y antes de eso, las relaciones entre la región y Pekín adquirieron un carácter cooperativo basado en los principios de igualdad, beneficios mutuos y desarrollo común.
En 2018 y 2019 (antes de la pandemia), el comercio bilateral chino-latinoamericano superó los 215.000 y 211.000 millones de dólares consecutivamente, mientras que China se convirtió en el segundo socio comercial global del continente. Por su parte, América Latina se convirtió en el segundo destino de las inversiones de las empresas chinas, acogiendo a más de 2.500 compañías de capital chino.
En cuanto a cultura y turismo, China ha establecido 40 Institutos Confucio en 21 países de América Latina y el Caribe, así como cinco vuelos directos con Estados latinoamericanos. Además, más de 120 universidades chinas han abierto cursos de español, casi 40 universidades chinas han establecido cursos de portugués y alrededor de otras 60 instituciones académicas han creado centros de investigación latinoamericanos.
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En este contexto, es evidente que el establecimiento de buenas relaciones con Brasil (el mayor país de América Latina en términos económicos y territoriales) se ha convertido en fundamental para la política exterior china en la región. Históricamente, China y Brasil establecieron relaciones diplomáticas en 1974, firmando ya en 1993 una asociación estratégica aún incipiente.
A juzgar por su experiencia histórica, ambos países comparten amplios intereses comunes y objetivos similares en muchas áreas de la agenda global, como la promoción de la democratización de las relaciones internacionales, el desarrollo justo de la globalización económica y el avance social de sus sociedades.
Económicamente, desde la década de 2000, Brasil se ha convertido en un importante proveedor de materias primas para el mercado chino, exportando algunos de los insumos clave para el consistente crecimiento económico de Pekín. Especialmente durante los años del primer gobierno de Lula da Silva (de 2003 a 2010), la diversificación de las asociaciones de Brasil se convirtió en una prioridad para la diplomacia del país, siendo el universalismo uno de los pilares de la política exterior brasileña.
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Esto explica la importancia que China ha adquirido para Brasil desde entonces.
Los objetivos de Brasil en materia de cooperación con China son (entre otros):
1.
aumentar el volumen de las exportaciones brasileñas al mercado chino;
2.
atraer inversiones directas e indirectas de China;
3.
reducir su dependencia de Estados Unidos y de la Unión Europea;
4.
aumentar su influencia en los foros y organizaciones internacionales.
Por otro lado, los objetivos chinos al desarrollar sus relaciones con Brasil son:
1.
asegurar las materias primas y los recursos energéticos necesarios para garantizar la expansión de la economía china;
2.
afirmar la representatividad de China en el mercado sudamericano;
3.
aumentar la influencia del país en organizaciones internacionales y foros multilaterales.
Ante este panorama, no es de extrañar que el volumen del comercio bilateral entre Brasil y China haya aumentado significativamente en las dos últimas décadas, cuya composición básica se resume en la exportación de materias primas brasileñas (especialmente petróleo crudo, mineral de hierro y soja) al mercado chino, mientras que China exporta a Brasil — principalmente, pero no solo — productos manufacturados (de alto y mediano valor añadido).
Mientras que la producción brasileña de soja, maíz, arroz, pollo y carne de vacuno se sitúa en las primeras posiciones a nivel mundial, la gran población y el rápido desarrollo económico de China han requerido una gran cantidad de recursos energéticos y alimentarios, viendo en Brasil un socio ideal para el comercio.
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En 2019, antes de la pandemia, el valor de las exportaciones chinas al mercado brasileño (36.300 millones de dólares) equivalía aproximadamente a 28 veces el registrado en 2001 (aproximadamente 1.260 millones de dólares), mientras que el valor de las exportaciones brasileñas al mercado chino (63.500 millones de dólares) equivalía aproximadamente a 50 veces el registrado a principios de siglo (1.150 millones de dólares). Hasta la fecha, solo China ha absorbido algo más de un tercio del total de las exportaciones agrícolas de Brasil, que es una potencia reconocida internacionalmente en este ámbito.
Además de los datos económicos presentados, Brasil y China desempeñan un papel importante en el establecimiento de una nueva geografía económica internacional, que se ha materializado a través de su cooperación en los BRICS y otros foros relevantes como el G20. A través de estas iniciativas, ambos países pretenden limitar la influencia de las políticas hegemónicas y unilateralistas de Estados Unidos en los asuntos mundiales, contribuyendo así a solidificar la multipolaridad en las relaciones internacionales.
Por último, China y Brasil como representantes de países emergentes y participantes en el Sur Global, son conscientes de la importancia de profundizar su cooperación bilateral en diversos ámbitos, al tiempo que construyen asociaciones fiables con otros países importantes de su región y del mundo.
En definitiva, teniendo en cuenta las observaciones del ex Consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Zbigniew Brzezinski, el mayor peligro para la hegemonía estadounidense en los asuntos globales proviene precisamente de la coalición de potencias descontentas dentro del sistema.
En este sentido, ya sea por amistad o por interés, las relaciones chino-brasileñas desempeñan un papel importante a la hora de cuestionar el statu quo actual y de configurar un sistema internacional menos occidentalizado y, por tanto, más plural y multipolar. En resumen, si esta cooperación ha resultado beneficiosa para ambas partes, ¿por qué no mirarla con buenos ojos?
Las opiniones expresadas en este artículo pueden no coincidir con las de la redacción.
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