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Zbigniew Brzezinski, el ideólogo antirruso que utilizó EEUU para justificar su expansionismo

Aunque la rusofobia tiene sus orígenes varios siglos atrás, este sentimiento alcanza una categoría casi ideológica con Zbigniew Brzezinski, el politólogo estadounidense de origen polaco que planteó destruir a Rusia para que Estados Unidos consolidara su imperialismo.
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Desde muy joven, su interés por Moscú fue notorio. La tesis con la que se graduó en la Universidad de Harvard, en 1953, trató sobre el camino que tomó el marxismo-leninismo en Rusia, de la explosión de una causa obrera como la Revolución de Octubre a la instauración de un régimen como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Rusia, de uno u otro modo, estuvo presente en su mente y en su pluma, casi siempre desde un ángulo crítico, aunque no exento de polémica.
De hecho, sus estudios sobre la realidad rusa rebasaron un umbral cuando sus ideas se incrustaron en las altas esferas de la política estadounidense, sobre todo del lado del Partido Demócrata. Su primer gran paso fue haberse convertido en el consejero de seguridad del expresidente Jimmy Carter (1977-1981). Desde ese momento, Brzezinski se convirtió, gradualmente, en el ideólogo antirruso de Washington por excelencia.

"Fue el ideólogo de Estados Unidos contra Rusia y, aun muerto, lo sigue siendo. Detrás de los ataques de Washington a Moscú está su doctrina imperialista", asegura en entrevista con Sputnik Ana Teresa Gutiérrez del Cid, internacionalista de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM) y autora del libro China y Rusia como actores centrales de las nuevas coordenadas del poder mundial (2019).

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¿Resentimiento polaco?

La especialista en geopolítica de Europa del Este asegura que, buena parte de las ideas antirrusas de Zbigniew Brzezinski, provienen de su origen polaco.

"[Su ideología] se caracteriza por ese sentimiento de venganza que tienen [algunos] polacos hacia Rusia, porque Polonia era muy grande en el siglo XV: tenía una gran extensión hacia lo que ahora es Ucrania y Bielorrusia. Pero hubo una batalla muy fuerte [en la que] perdió Polonia y se deshizo el imperio polaco. Desde entonces, tienen ese sentimiento de pérdida de territorio y esa sensación de que Rusia les ganó", explica Gutiérrez del Cid.

Brzezinski nació en Varsovia el 28 de marzo de 1928. Hijo de un diplomático alemán, buena parte de su infancia la vivió entre su país de origen y Alemania. Sin embargo, en 1939, año de la invasión nazi a Polonia, él y su familia se encontraban en Canadá, de donde no pudieron volver hasta que se calmaran las turbulencias. Tampoco regresó a su tierra cuando ésta fue controlada por la URSS.
Lejos de Polonia —al menos geográficamente—, Brzezinski labró una trayectoria de modo que su trabajo siempre llegara a los pasillos de la Casa Blanca. Su lucha, sin embargo, no sólo fue académica: el activismo político le resultó esencial para posicionarse en un peldaño de poder.
Y es que Brzezinski fue uno de los grandes defensores de la Guerra de Vietnam y fue miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado. Además, fue detractor de la Nueva Izquierda, un movimiento que, entre las décadas de 1960 y 1970, luchó por causas como el feminismo, los derechos de los afroamericanos, el aborto y la legalización de las drogas. Paradójicamente, fue muy cercano a Barack Obama, el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos.
Zbigniew Brzezinski con el expresidente estadounidense, Bill Clinton
Sus investigaciones para Harvard y otras prestigiadas instituciones académicas siempre giraron en torno a los totalitarismos, aunque siempre muy enfocado en criticar a la Unión Soviética. Fue así como criticó los sistemas de poder basados en una ideología, un partido único, una policía terrorista, una economía centralizada y un monopolio de las comunicaciones, de acuerdo con el ensayo Ficción y poder, del politólogo Jesús Silva-Herzog Márquez.
Aunque los libros y artículos de Brzezinski fueron publicados en varias naciones, la realidad es que sus análisis siempre estuvieron enfocados a influir en la política exterior de Washington, no a propiciar una discusión intelectual sobre el papel de Estados Unidos en el teatro internacional. En ese sentido, las funciones de este pensador obedecían más a las de un operador político que a las de un académico.
"Los artículos de Henry Kissinger, Zbigniew Brzezinski o Stanley Hoffmann tienen el objetivo principal de influir en el proceso de toma de decisiones del Gobierno estadounidense y sólo de manera indirecta en la perspectiva de los intelectuales de otros países. Es un debate en el que, la mayor parte del tiempo, el resto del mundo sirve de trasfondo o de pretexto, pero rara vez de contraparte", escribió Jaime López-Aranda Trewartha, internacionalista y experto en políticas de seguridad por la Harvard Business School, en su ensayo Una historia americana (2003).
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Sin EEUU, no hay orden mundial

No se necesita un título en Cambridge para percibir que la narrativa estadounidense es apabullante. Sus películas dominan la taquilla internacional, sus cadenas de noticias operan en prácticamente todo el mundo, sus redes sociales funcionan en el sitio más recóndito del planeta y sus hamburguesas de McDonald's se venden hasta en África. Nadie está exento de comprar —o desear— un iPhone o una Coca Cola. Y en las grandes ciudades, ya es un hábito solicitar un Uber, hacer un pedido en Amazon o ver una serie en Netflix.
Sin embargo, este poderío de Estados Unidos se queda corto a la ideología propuesta por Zbigniew Brzezinski en su libro El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geostratégicos, publicado en 1997, seis años después de la disolución de la Unión Soviética, el momento perfecto para que Washington se planteara de qué forma retomaría el control mundial.

"Brzezinski empezó a ser consejero de los presidentes estadounidenses y siempre lo guio este sentimiento antirruso. Se sentía parte de esta élite y comenzó a fomentar y a entender la visión estadounidense de ser un pueblo supremacista, una élite que siente que tiene una misión específica", explica Gutiérrez del Cid, que también es autora del libro Rusia y la reconfiguración del poder mundial (2016).

Tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración del bloque soviético a inicios de la década de 1990, Brzezinski propaga la idea de que la Unión Soviética es una especie de "hoyo negro" que puede absorber a todos los territorios que la rodean, lo cual generó temor entre buena parte de la sociedad estadounidense, que veía con malos ojos al comunismo por tratarse de un sistema productivo que había fracasado.
Es en ese momento cuando este politólogo de origen polaco escribió su libro más famoso, "en donde realmente se nota una gran capacidad de crear una estrategia, solamente que es una estrategia muy negativa para muchos pueblos", considera la experta.

"[Brzezinski] plantea que Rusia siempre será enemiga de Occidente. Ya sea el Imperio Ruso, la Unión Soviética o la actual Rusia, [plantea que] siempre será enemiga. [Entonces] comienza a crear, como en un tablero de ajedrez, el escenario para que Rusia pierda su poderío", apunta Gutiérrez del Cid, experta en geopolítica de la era postsoviética.

Brzezinski también propuso que debería existir una sola superpotencia, la última de la nueva era: Estados Unidos. Para ello, dijo, era necesario que Washington hiciera cumplir dos reglas:
Evitar el surgimiento de otra potencia hegemónica.
Construir una especie de Gobierno mundial que, de hecho, ya existe: son las grandes trasnacionales y los organismos no gubernamentales (ONG's) controlados por Occidente.
Además, dice la internacionalista, Brzezinski propone una división del territorio ruso en tres partes:
1.
La parte occidental, que jamás entraría a la Unión Europea (UE), sería tierra de mano de obra calificada y barata, así como de materias primas.
2.
La parte de Siberia central sería un "Estado colchón" entre Europa y China: el vaso comunicante entre Occidente y Oriente.
3.
La Siberia Oriental, en cambio, serviría como un regalo para China, una potencia con la que Estados Unidos tendría una relación diplomática sana.
Brzezinski también sugiere que Estados Unidos domine Europa Central mediante sus aliados Francia, Alemania, Polonia y Ucrania. A este último país lo considera un "pivote geopolítico", porque "su propia existencia como nación independiente ayuda a transformar a Rusia. Sin Ucrania, Rusia deja de ser una potencia de Eurasia".

"Él planteaba, como ahora lo sugieren los demócratas y republicanos, una supremacía estadounidense en la cual los países de Europa occidental son simplemente vasallos. Dentro de este escenario, Washington propone que China es un país aliado, pero siempre subordinada a la hegemonía estadounidense. Y sobre Rusia, la desean dividida por tratarse de una gran nación con enormes riquezas naturales y militares", explica Gutiérrez del Cid.

Pero lo más preocupante de la política exterior estadounidense es que, en pleno siglo XXI —cuando el mundo vive su mayor era de globalización—, Washington se empeña en seguir reglas dictadas hace décadas, cuando las sociedades vivían inmersas en una dicotomía de Guerra Fría.
"Aunque Brzezinski ya no vive, sigue dictando la estrategia, por lo menos de los demócratas, así llamados intervencionistas, como lo fue Obama con su ataque a través de Francia en Libia y como lo está haciendo Joe Biden, que parece una persona muy inofensiva o que no está bien de la cabeza, pero en realidad están siguiendo el guion que planteó Brzezinski", concluye.
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