En 2020, los físicos del instituto tecnológico MISiS y la Academia de Ciencias de Rusia instalaron en el monasterio —que data del siglo XVI— 22 detectores de muones, partículas elementales de origen extraterrestre que caen a la Tierra cada minuto y son capaces de penetrar a una profundidad de hasta dos kilómetros. Luego, analizaron los datos obtenidos y crearon un modelo tridimensional del convento.
Los resultados sorprendieron a los investigadores: el antiguo monasterio contenía varias habitaciones subterráneas desconocidas hasta ahora. En particular, se trata de una galería que supuestamente unía el monasterio con la Iglesia del Acatisto a la Madre de Dios, aunque también podría haber sido un conducto de ventilación.
También se descubrieron varias habitaciones de forma rectangular. El abad del monasterio, Panteleimón, sugiere que podrían haber sido criptas subterráneas, pues el monasterio "fue construido en un cementerio" y es muy probable que las personas acomodadas de aquella época enterraran a sus familiares en el territorio del convento.
"Me gustaría comprender cómo vivió el monasterio hace 500, 300 o 100 años, por lo que estos estudios no solo contribuyen a encontrar reliquias, sino también a aprender más sobre la vida de los monjes", declaró.
Los físicos rusos todavía necesitan más estudios para determinar el origen de los huecos que encontraron en las paredes del monasterio. Podrían haber sido celdas y habitaciones secretas.
Esta no es la primera vez que la radiografía de muones se usa en la arqueología. En 1970 el físico estadounidense Luis Alvarez utilizó esta técnica para escanear el interior de la pirámide de Kefrén, en Guiza (Egipto), en busca de cámaras secretas.
Desde entonces, las partículas espaciales también ayudaron a los investigadores a conocer más sobre el interior de volcanes y hasta las entrañas de la pirámide del Sol, situada en México, entre otras cosas.