Internacional

Centroamérica deja el 2020 ambientalmente golpeada y más vulnerable

SAN SALVADOR (Sputnik) — Pandemia, plagas, inundaciones, tormentas ciclónicas y políticas… de todo sufrió Centroamérica en este 2020, para confirmarse como una de las regiones más vulnerables a los efectos del cambio climático.
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Los fenómenos de origen telúrico pasaron a un tercer plano este año, opacados por la irrupción del coronavirus SARS-CoV-2, pero también por un 'invierno' (temporada de lluvias) particularmente intenso, coronado por las tormentas tropicales Eta e Iota, cuyos estragos aún son cuantificados.
Así:
A su vez, El Salvador soportó el embate consecutivo de las tormentas Amanda y Cristóbal en junio pasado, y luego vinieron semanas de aguaceros que sobresaturaron los suelos, al punto que la más leve llovizna era capaz de provocar una tragedia.

Plagas y tsunamis de basura

Para colmo de males, a mediados de julio pasado, el Organismo Internacional Regional de Sanidad Agropecuaria alertó sobre el avance de una 'manga' (nube) de langosta centroamericana, plaga capaz de devorar en un día hasta 100 toneladas de cultivos varios.
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Expertos fitosanitarios consultados por Sputnik alertaron que la plaga se ensañaría con los sembrados de maíz, sorgo y caña de azúcar, y las autoridades locales no encontraron mejor manera de controlar la situación que recurriendo a pesticidas altamente tóxicos.
Otro golpe a los ecosistemas locales ocurrió en la costa de Omoa, Honduras, invadidas por una ola de basura procedente de Guatemala, que convirtió una playa paradisíaca en un pestilente infierno, y tensó las relaciones entre ambas naciones centroamericanas.
Dicha catástrofe ambiental fue el tiro de gracia para la economía de una región que soñaba con atraer turistas, y que en su lugar recibió oleadas de desechos plásticos, textiles y de toda índole desde el país vecino, a todas luces por la ruptura de una barda de contención en la desembocadura del río Motagua.

Fondos añorados

En medio de todo, la estela de muerte y destrucción dejada a su paso por los huracanes Eta e Iota, a inicios de noviembre último, confirmó la urgencia de políticas públicas para reducir la vulnerabilidad de una región cada vez más golpeada y menos resiliente.
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El impacto fue tal que los gobiernos de Guatemala y Honduras unieron fuerzas para exigir ante el Banco Centroamericano de Integración Económica los llamados Fondos Verdes de Naciones Unidas para enfrentar el cambio climático.
A través del referido Fondo, las naciones desarrolladas financian políticas de adaptación y mitigación al cambio climático a países en vías de desarrollo. Dicha ayuda brilla por su ausencia.
"Centroamérica es una de las regiones donde más se siente el cambio climático y es en donde menos hemos recibido soporte de las naciones y esos países industrializados que nos han ocasionado a nosotros hoy lo que estamos viviendo con inundaciones extremas, con sequías extremas y con mayor pobreza", afirmó el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei.

Del dicho al hecho

Los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua apoyaron la reivindicación desde una perspectiva regional liderada por el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), aunque El Salvador se mantuvo al margen, a tono con una aparente indiferencia ambiental de su Administración.
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De hecho, el presidente Nayib Bukele se rehusó a ratificar el Acuerdo de Escazú, el convenio sobre el acceso a la información, participación pública y justicia en asuntos ambientales en América Latina y el Caribe, pactado el 4 de marzo de 2018 en Costa Rica.
Bukele se excusó en presuntas discrepancias con dos artículos, los cuales no precisó, pero que estarían relacionados con los permisos ambientales a proyectos de desarrollo urbanístico.
Ante esta coyuntura, el secretario general de Naciones Unidas, el portugués António Guterres, afirmó que Centroamérica debe ser una prioridad absoluta de cooperación internacional, junto con los territorios del Caribe y el Pacífico que encaran una amenaza existencial con el cambio climático.
Sin embargo, muchas veces esa voluntad política se queda en meras palabras, y estas, a su vez, se las lleva el viento. A veces en forma de huracán.
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