Suez se alza con el galardón que rinde homenaje al novelista venezolano, al responder las preguntas que le apasionaran cuando escribió Doña Bárbara: ¿qué es barbarie, qué civilización? ¿Quién es el salvaje?
El país del diablo cuenta la historia de Lum, una niña mapuche, que envuelta en la campaña militar para la conquista de la Patagonia mira la destrucción de su cultura. Niña y desierto, retan a la historiografía oficial.
En diálogo con Sputnik, la autora profundiza sobre su deseo de que esta ficción se convierta en una memoria que trascienda la crueldad y el salvajismo de aquella invasión, y se manifieste como un acto de fe y de respeto a los pueblos originarios de América y del mundo, a sus raíces, milenarias y ancestrales.
—Cuéntenos del comienzo, ¿cómo llegó esta historia a su pluma?
Tuve que hacer un trabajo de documentación importante que no está en la novela, pero que me conmovió. Era importante para mí dejar cimentar todo lo que leí para que apareciera la imagen de una niña mestiza, mitad mapuche mitad blanca. La palabra Lum quiere decir en mapuche "encuentro entre dos lagunas", eso leí. El desafío estaba esperándome así que arremetí. Empecé a trabajar y me di cuenta de que le tenía que dar protagonismo a esa niña, Lum.
Amo el cine de Tarantino y el de los hermanos Cohen, sentía que había una geografía similar, el mismo continente, pero con una cultura diferente. El desierto en las lecturas de la narrativa norteamericana y en las películas de western también nutrieron mi trabajo.
— 'El país del diablo' relata la conquista del desierto, un hecho histórico muy contado y estudiado. ¿Qué va a encontrar el lector en la mirada que usted hace de la campaña militar para la toma de la Patagonia?
— Desde que fui a la escuela me contaron que la barbarie estaba puesta en los indios y me enseñaron que no tenían cultura, que eran salvajes. Quería invertir la historia oficial. Llegó a mis manos un gran libro: Un desierto para la nación, de Fermín Rodríguez, que me abrió la cabeza sobre las posibilidades del desierto como ese espacio vacío e infinito y sobre esa necesidad de "civilizar" y de ignorar una cultura considerada bárbara.
Desde que se colonizaron estas tierras hubo genocidio, pero también hubo sobrevivientes para contar. Como argentina, no puedo dejar de repudiar ese exterminio y preguntarme por qué no respetaron esas culturas tan ricas.
Mis abuelos ucranianos vinieron a Argentina gracias a que se abrieron en esa época las corrientes inmigratorias. Sentí que había complejidades y contradicciones que solo la ficción podía contar. Tenía ganas de que tenga una cierta rareza, algo onírico y que forme parte de un clima. Eso busqué en el personaje del fotógrafo, Deus, a quien en plena Patagonia se le aparece París, un París que soñaban muchos en esas épocas.
— Durante el anuncio del veredicto del Premio de Novela Rómulo Gallegos, usted comentaba que la literatura nos permite "crear una memoria futura". 'El país del diablo' es ficción, pero ¿hasta qué punto la historiografía oficial no es ficción? Y en este sentido, ¿ha sido la historiografía oficial, una ficción que ha servido a invasores y usurpadores de territorios y culturas?
— La pregunta es ¿bárbaros o civilizados? ¿Civilizados o bárbaros? En ese dualismo decidí quedarme para trabajar. Siempre desprecié la xenofobia, hay valores que los tengo incorporados como parte de mi cuerpo y no pienso separarme nunca.
Sí sé que el desierto manda en El país del diablo, el viento insoportable, los cardales, el sol que mata todo, un cuervo lucha con una serpiente, un puma destroza el cuerpo de un guanaco, del cielo bajan pájaros carroñeros, las moscas azules, el frío de la noche. El gran protagonista de la novela, junto a Lum, es el paisaje, ese desierto que habla, un lugar en el que todo es posible.
— ¿Por qué una niña? ¿Qué importancia tiene que el personaje central de la historia sea una mujer, y sea una niña indígena?
— Fue muy fuerte tratar de ponerme en la piel de una niña de 14 años perteneciente a un pueblo originario, viniendo yo de la cultura centroeuropea, con abuelos que me transmitieron la cábala y la Torá. Yo creo que la ficción manda cuando te metes y trabajas a fondo. La fuerza del desierto es demasiado terrible y maravillosa como para soportar cualquier sombra. Yo estoy circundada por el desierto porque a mí, de niña, mis abuelos me contaron cómo escaparon y cómo fueron perseguidos, cómo andaban por el desierto vagando y cómo las tribus se dispersaron. No casualmente quería llegar al hueso, a la esencia. Hueso es una palabra muy importante porque nuestra esencia está en los huesos.
— ¿La Patagonia continúa siendo blanco del interés de conquistadores modernos?
Mis primeras novelas que forman la Trilogía de Entre Ríos trataban de mis antepasados de Europa; esta novela trata de los antepasados de mi país, Argentina. La ficción, en definitiva, puede contar precisamente la historia que nunca se contó, la esencia de una cultura que se quiso tapar.
Quizás lo más inquietante sea preguntarse quién es el que recorre el camino en la novela: ¿Lum? ¿Ancatril? ¿El teniente Obligado? ¿Los soldados de la Campaña del Desierto? Quizás seamos todos.
— ¿Qué van a encontrar de nuevo en la Perla Suez de 'El país del diablo', los lectores que la siguen?
— ¿En qué momento de su evolución como escritora la encuentra el premio Rómulo Gallegos? ¿Qué significa para usted?
— Estoy muy agradecida por este premio, es un orgullo para mí ser parte del Rómulo Gallegos, premiación de tanto prestigio.
La escritura es un camino que termina cuando termina nuestra vida, de modo que siempre me estoy buscando y desafiando. En este momento estoy releyendo Atrapa el pez dorado, de David Lynch, para empaparme de nuevo en el proceso creativo de otros autores como él.
Estoy trabajando en otra posible novela intentando atrapar las ambivalencias y contradicciones de ese universo nuevo que pretendo escribir.