Nueva guerra
Los gases tóxicos de la Primera Guerra Mundial han cambiado para siempre los métodos de guerra. En lugar de lanzar al combate un batallón tras otro, una pequeña división química armada con cilindros de cloro era suficiente para llegar a una posición inexpugnable.
En pocos minutos, los soldados llenaban las trincheras con el veneno, privando al enemigo de la voluntad de resistir o incluso de la vida. Además del gas, los químicos militares recibieron otras armas terribles: lanzallamas.
Diez años después del final de la guerra, el 8 de febrero de 1928, entró en vigor el Protocolo sobre la prohibición del empleo en la guerra de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos, usualmente llamado Protocolo de Ginebra. La URSS lo ratificó en abril del mismo año. Sin embargo, abordaba solo el uso de armas químicas o biológicas, pero no se mencionaba su producción, ni almacenamiento, ni transporte.
Durante la Segunda Guerra Mundial, las Tropas Químicas hacían cortinas de humo y escondían importantes instalaciones. El Ejército mantenía una alta disponibilidad de defensa antiquímica en caso del uso de armas químicas por el enemigo.
Experiencia nuclear
En la era nuclear, las tropas químicas se dedicaron a unas misiones nuevas: exploración nuclear, descontaminación y desinfección, control de la seguridad del personal, armas, equipos, etc.
Las primeras patrullas para explorar la radiación llegaron al epicentro tan solo 40 minutos después de la detonación y establecieron que la radiación era de más de 450 mSV, equivalente a las mayores dosis que recibieron los liquidadores de las consecuencias de la catástrofe en Chernóbil, también militares de las Tropas Químicas. Una vez cumplida la misión, se aplicaron unos reactivos especiales para tratar al personal y al equipo militar irradiado.
Llama del dragón
En la actualidad, las Tropas de Defensa Radiológica, Química y Biológica garantizan la seguridad del personal militar, población e infraestructura, exploran las zonas con la ayuda de máquinas y dispositivos especializados y, en caso de que se detecte una infección, marcan los límites de su foco.
Además de sus funciones puramente defensivas, las Tropas han conservado su famosa llama del dragón. En caso de una guerra, serán capaces de atacar al enemigo con armas incendiarias. Disponen, por ejemplo, de un lanzallamas de infantería RPO-A Shmel, equivalente a un proyectil de artillería de 152 mm por su efecto destructivo, y de un sistema móvil de lanzallamas pesado TOS-1A Solntsepiok, capaz de lanzar 24 proyectiles incendiarios de 220 mm al objetivo en unos segundos.