Mientras el jefe de Estado francés se encontraba, como dice la canción, 'a varios cientos de kilómetros' de sus dominios, disfrutando de su no protagonismo en la cumbre del G20 en Buenos Aires, París ardió, y se convirtió en el infierno en la tierra.
Y es que el precio de los combustibles se ha incrementado tantas veces desde que Macron mora en el Elíseo, que los chalecos amarillos, con una alta dependencia de los vehículos, se sienten como una fuente de expolio del Gobierno.
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En este sentido, el profesor de Economía Política de la Universidad del País Vasco, Joaquín Arriola, explica que "esta situación tiene unas características francesas muy propias del comportamiento político del país, con lo cual hacen que sea difícilmente extrapolables a otras situaciones. Francia es un país que se caracteriza por tener una muy baja filiación sindical, pero quizá, entre otras cosas, por las características de su sistema educativo, tiene una población con una alta conciencia social. Lo que significa que cuando hay una movilización vinculada a alguna reivindicación del trabajo, esta va mucho más allá de lo que son los trabajadores organizados y adquiere un carácter de movilización social general. Eso no es habitual en otros países", sentencia.
En lo primero que pusieron foco las autoridades y los medios franceses, fue en los daños materiales causados y las detenciones devenidas por las protestas desatadas, pero no en los daños que sufren los damnificados de las medidas del Gobierno. De este modo fue como se supo que "La protesta de los chalecos amarillos acabó con 378 personas detenidas, 133 personas heridas, 23 de estas son miembros de la policía. Los daños también fueron materiales y uno de los lugares más afectados fue el Monumento del Arco del Triunfo".
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No hablaron, ni hablan mucho, de las causas que subyacen en la decepción con Macron, derivada en indignación y acción en las calles, para hacer escuchar sus necesidades a un Gobierno al que consideran que administra para los ricos. Pero todo esto no es más que la punta del iceberg de lo que está ocurriendo a nivel económico y social en Francia.
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Pero los latigazos de Macron dan con la fuerza de un rayo sobre las espaldas de los estudiantes universitarios extranjeros. A partir de 2019, la inscripción en una universidad francesa que hasta ahora costaba 170 euros anuales, pasará a costar para los forasteros, 2.770 para la licenciatura, y 3.770 anuales en maestría o doctorado. Actualmente Francia se ubica en el cuarto peldaño de países con más estudiantes extranjeros y recibe a más de 300.000 alumnos al año.
Esta decisión de la Administración Macron no hizo más que calar en el nerviosismo de los principales sindicatos de estudiantes y profesores que se movilizan en contra de esta medida al temer que se trate del preludio de un aumento generalizado de la matrícula, también para los estudiantes franceses.
"Lo que parece que no les importa demasiado a los actuales gestores del Gobierno francés, es la repercusión negativa que va a tener para Francia en materia de captación de recursos altamente cualificados del resto del mundo. Parece que Francia ha decidido tirar la toalla, y como decía [el filósofo español Miguel de] Unamuno en España, 'Que inventen ellos', refiriéndonos en este caso a EEUU, a Alemania y a China", concluye Joaquín Arriola.