Si con más de 4.000 muertes el coronavirus ha adquirido semejante dimensión es por la catástrofe económica que está provocando. Y esto no es la culpa del murciélago que picó al pangolín que infectó a una persona: es la irracionalidad de la economía mundial globalizada.
Es una epidemia de manufactura humana y no animal: la globalización, que desde hace medio siglo concentra el grueso de la producción en las fábricas y talleres chinos y del sudeste asiático para reducir los costos laborales y enviar a la miseria a millones de trabajadores en el mundo. La enfermedad que mata es la codicia.
De ahí la gravedad de lo que está ocurriendo. En 2003, cuando se desató el virus SARS, la economía china era el 4% del PBI global. En casi dos décadas, el peso de China se multiplicó casi por cinco: hoy representa un 19% de la economía mundial y su parte del comercio se duplicó, llegando a 12.8% en 2019, convirtiéndose en el mayor exportador de mercancías y el mayor productor de manufacturas con casi un 30% del total.
La razón de esa transformación vertiginosa no estuvo en China sino en la crisis de 2007-2008 que provocó una grave depresión mundial y, desde entonces, un lánguido crecimiento de EEUU, Japón y la Unión Europea. Por el contrario, China se hizo responsable de casi el 40% del crecimiento mundial, es decir, se convirtió en la locomotora del planeta.
¿Por qué todos los tornillos del mundo se fabrican en China y el sudeste asiático?
Al decir tornillos, se puede hablar de baterías, piezas de automóviles, computadoras, cargadores, enchufes, cuchillos, tijeras, trajes de baño o cualquier otro objeto Made in China.
Hoy, para comprar un suéter de lana merino de origen patagónico hay que ir a una tienda europea porque Argentina exporta 93% de su lana. La italiana Benetton tiene enormes estancias en la Patagonia, donde pastan y son esquiladas sus ovejas. Esa lana se envía en containers y barcos que contaminan el océano gastando toneladas de combustible hasta sus fábricas en Bangladesh y otros países del sur de Asia, y luego, en otros barcos con más containers, las prendas llegan a Europa.
Mientras tanto, la industria de la lana de Trelew, en la provincia patagónica de Chubut y las textiles de la ciudad de Mar del Plata en Argentina han ido cerrando, dejando a miles de trabajadores en la calle. Eso sí, en cualquier negocio de Trelew o Mar del Plata se pueden conseguir suéteres sintéticos Made in China.
Esto es aún más grave porque lo que llamamos libre comercio mundial es una ficción: no es que Argentina venda suéteres a los chinos y compre juguetes, en un aparente intercambio igualitario y libre. Por el contrario, 70% de los movimientos de millones de containers en el mundo se realizan dentro de las mismas empresas transnacionales que los producen, lo que se llama cadenas de valor.
De esta manera, servicios, materias primas, partes y componentes cruzan las fronteras numerosas veces para la fabricación de un solo producto: un celular hecho en China es diseñado en EEUU con un código de Francia, chips de Singapur y litio de Bolivia.
Intel, la mayor productora de semiconductores de EEUU "vende" a China el 30% de su producción y Qualcomm, que fabrica chips, saca 47% de sus ingresos de ese país, que luego se "exportan" en la forma de computadoras y celulares. Apple ensambla la mayoría de sus productos en China, así como la gran cadena comercial Walmart, al tiempo que el país asiático es el mayor productor de juguetes del mundo.
"Como nunca antes, el comercio está determinado por decisiones estratégicas de las firmas para tercerizar y subcontratar en el lugar donde los materiales y la fuerza laboral estén disponibles a costos y calidad competitivas", según la OCDE.
China es el mayor proveedor de bienes intermedios del mundo, que son esenciales para la industrias de instrumentos de precisión, maquinaria, automotriz, comunicaciones, entre otras, según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo UNCTAD. Las industrias de India y Japón dependen en un 60% de sus componentes electrónicos de China y EEUU la mitad, según el informe.
El coronavirus nació en Wall Street
¿Y todo a beneficio de quién? De las multinacionales, que controlan un tercio de la producción mundial y 70% del comercio mundial.
No es para hacer ideologías sobre el maléfico poder chino sobre la economía mundial ni abonar teorías conspiratorias como que el coronavirus es parte de la guerra biológica.
La culpa no es de los mercados de animales salvajes de Wuhan. La esencia de la crisis es la irracional organización de la economía al servicio de las ganancias de las multinacionales que controlan el comercio mundial en sus cadenas de valor, produciendo en fábricas con los salarios más bajos para maximizar las ganancias.
Pero esto no fue, como escribe Aaron Benanav en la revista New Left Review, como resultado de un aumento de la productividad, sino de la mano de un freno al crecimiento de la producción industrial: en los 50 y 60, la producción manufacturera mundial se expandía a una tasa anual del 7.1% y cayó a 3% entre 1980 y 2007 y desde entonces solo se expandió 1.6%.
Lo qué pasó es que las multinacionales trasladaron la producción a países donde el costo de la mano de obra era insignificante. La industria textil de Medellín, las tejedoras de lana de Mar del Plata, los fabricantes de plástico de Brasil o de Colombia, se vieron desplazados por los juguetes, las camisetas y los suéteres asiáticos, dejando un mar de su empleados y precarizados.
¿El fin del turismo mundial?
Todo esto agravado por otra pandemia, la locura del turismo mundial. La cruel ironía es que el coronavirus no se reproduce entre la pobreza como el ébola en África o el dengue en las selvas paraguayas sino que llega en primera clase desde el corazón de Europa.
En 2018 las aerolíneas transportaron 4.300 millones de pasajeros, ¡el equivalente a un 70% de la humanidad!, según la Organización Internacional de Aviación Civil, aumento que corresponde especialmente al Asia.
Por eso, la epidemia mundial y económica del coronavirus no es por los chinos de Wuhan y los pangolines picados por murciélagos. Si su efecto paraliza la economía es por los desempleados de Medellín y Trelew que perdieron sus trabajos por la codicia de las multinacionales y se amplifica por el negocio mundial del turismo para hacer que pensionados de Nueva Jersey se gasten su plata en cruceros por el sudeste asiático.
Contra el coronavirus, integración latinoamericana
Todo esto sin hablar de la catástrofe comercial, la caída de las exportaciones de soja, del cobre y de todas las materias primas, del hundimiento del precio del petróleo, que son las consecuencias inevitables.
Todo esto se agrava, para América Latina, que tiene como principal socio comercial a China, por los acuerdos comerciales como el firmado entre EEUU y el país asiático para vender más productos norteamericanos en detrimento de los demás países del mundo, golpeando más aún a nuestra región.
Con políticas de integración regional y defensa de la soberanía se podrían reabrir las fábricas textiles y de juguetes, ensamblar televisores y celulares, hacer cables con el cobre chileno y peruano, baterías con el litio del altiplano, fabricar automóviles, en un solo mercado latinoamericano.
Se reducirían los viajes en avión, los barcos y containers, el calentamiento global, habría más empleo y los virus viajarían distancias mucho más cortas.