Los habitantes de esta localidad, en las costas de Pontevedra, dan la bienvenida a estos variopintos y primitivos invasores con una sonrisa.
Desembarcan de sus drakkar con aparente sed de sangre, espada en mano, mientras los catoirenses, vestidos de época, aplauden y hacen fotos —ya no estamos en el siglo XI—.
De poco sirven las antiguas Torres del Oeste, levantadas en la costa gallega en el mismo periodo para detener el ataque de los invasores. No porque ya estén derruidas y ningún ejército las use, sino porque los gallegos quieren, ante todo, ser invadidos.
La fiesta de los vikingos de Catoira cumple 50 ediciones en 2018, más de mil años después de que hordas de invasores provenientes de las tierras bárbaras del norte se empeñaran en invadir las costas gallegas.
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